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  • Foto del escritorJuliana Galvan

EL ARTE DEL BUEN COMER

¿Qué relación tenemos con la comida? ¿Es posible conocernos a través de ésta relación?


A los 9 años de edad tuve mi primer intervención quirúrgica.

Me operaron de las adenoides. Carne crecida en la parte alta de la garganta, justo detrás de la nariz. Una de sus consecuencias es no poder sentir todos los sabores de la comida, solo los más intensos. Hasta entonces comer era solamente una obligación sin sentido para mi. El día de la operación mamá logró tranquilizarme como lo sigue haciendo. Con ella a mi lado acompañándome nada malo ocurriría. La habitación que me designaron del hospital era doble. Estaba con el ambo puesto esperando que llegue el momento de entrar a quirófano. En un momento comencé a escuchar unos gritos desconsolados seguidos de llanto. Al grito de "mamá, mamá, mamá" una vos se acerca hacia mi. Apreté fuerte la mano de mi mamá sin entender bien que pasaba. Algunos minutos luego pude ver a un niño, mas o menos de mi edad, entrar a la habitación. Lo rodeaban profesionales de la salud trasladándolo en una camilla hacia la cama continua a la mía. El niño salía del quirófano donde yo entraría luego y ahora lloraba en la misma habitación donde yo esperaba. Podía ver su rostro desconsolado, la sangre saliendo de su boca y sus lagrimas atravesar sus mejillas hasta perderse en su pecho. Mi madre rápidamente me saco de ese lugar aunque ya había visto toda la escena suceder frente a mi rostro. Recuerdo su enojo al notar que mi calma se había ido por completo. Mi cara expresaba que no quería estar allí. Sin lograrlo intentó calmarme pero ya era mi momento de entrar a quirófano y recuerdo que no quería hacerlo. Pregunté varias veces si podía irme a casa.

Al apoyar mi cuerpo en la camilla se enfrió mi espalda. Varias personas desconocidas me observaban y trabajaban a mi alrededor. Mamá seguía a mi lado.

- "Ahora vamos a poner la anestesia, vos quedate tranquilita que no duele nada". - dijo el anestesista.

No tengo memoria del dolor pero si de la sensación de cosquilleo que empezó a subir desde la punta de mis extremidades hacia el centro de mi cuerpo y seguido... la nada misma. Todo fue oscuro hasta que unas luces brillantes me entraron en los ojos y me sentía confundida y cansada. Mamá otra vez estaba allí, con sus ojos húmedos e hinchados de llorar a mi espera. Su sonrisa expresaba el agrado de tenerme de vuelta.

Un sabor metálico seguido de un fuerte dolor me subía por la garganta. Mis ojos confundidos querían saber que estaba pasando.

- "Si querés escupí acá", dijo el medico

- "La sangre es por la intervención, ya va a pasar", - continuó.

No paré de escupir por un largo rato y el dolor aumentaba al pasar el tiempo. Mamá me conto lo nerviosa y preocupada que estaba debido a la anestesia total que me dieron para realizar la intervención. Me dijo que cuando empecé a dormirme la llame en señal de alerta "mami, mami, mami..." y me desvanecí, momento en el que rompió en llanto y los médicos le pidieron que se retirara. No paró de llorar durante todo el tiempo que estuve en quirófano. El día había pasado y mi recuperación era notable.

Cansada de estar allí aguardaba aburrida a que me dijeran que podía ir a casa. A las pocas horas el medico se acerco a revisarme, al rato ya estábamos preparando todo para irnos. Papá conducía. Como había prometido paró en la heladería a comprar dos kilos de mi sabor favorito de helado. Me gustaba el sabor que no le gustaba a mi hermana. También le compraron su parte.

- "Te portaste muy bien, te lo mereces", me dijo papá sonriendo-me. Ni siquiera tuve que llegar a casa. Entusiasmada por mi recompensa abrí uno de los potes sentada en el asiento de atrás del auto. Una gran cucharada entró a mi boca. El sabor mezclado aún con ese sabor metálico que traía del hospital no había sido de lo más agradable. Sin embargo la sensación de dolor que me provoco el sentir el helado pasar por mi garganta hizo que, tras quejarme, cierre el pote y lo deje a un lado. Observe hasta llegar a casa a mi hermana cucharear con una sonrisa mi helado de recompensa. Recién al otro día pude empezar a comer un postrecito muy conocido en Argentina llamado "Serenito".

Tengo el recuerdo de levantarme de mi cama para, luego de un rato, ir hacia la heladera con bastante hambre. Abrí un serenito sin pensar demasiado. Hasta entonces no me había parecido una gran delicia. La primer cucharada fue una explosión de sabores en mi boca. No podía entender como había existido sin esa sensación durante todo ese tiempo. Mi sorpresa siguió durante meses ya que cada experiencia era un total descubrimiento de sabores.

Que distinta comenzó a ser mi visión del acto de comer.

Pude entender por qué mi hermana saboreaba los alimentos con una sonrisa. Hasta ese momento la frase "que rico que está esto, che", de los adultos, no tenía sentido para mi. Sentir placer al ingerir alimentos, ya con cierta conciencia, y tras haber estado varios años sin esa sensación ha sido uno de mis descubrimientos más significativos. Un logro que debo reconocer a mi padre es volver éste placer un padecimiento. Claro que lejos de actuar con maldad lo hacía con total ignorancia. A través de sus propias experiencias, o mas bien carencias, su énfasis de que comamos la comida nos atosigaba. Nos ha enseñado, hablo en plural porque lo mismo sucedió a mi hermana, que la comida no puede ser desperdiciada. Por un fin social: hay niños en el mundo que no tienen para comer. Por un fin biológico: la necesitas para estar fuerte. Por un fin ecológico: la comida no se tira a la basura. Este último sumando la necesidad de comer todo el alimento que el plato podía contener. Sin tener en cuenta cuántas porciones hubiesen allí. Hoy entiendo el desorden que han podido causar estas ideas a mi alimentación. Sin embargo agradezco a mi padre y a sus hermanos el valor sobre de compartir la comida en familia. En la cultura Argentina las reuniones sueles estar al rededor de una buena panzada. En mi familia, al ser numerosa, las cantidades que se cocinaban eran dignas de compartir. Nos relacionamos a través de la comida. La excusa siempre es comer. El asadito el domingo, la pasta si llueve. Unos mates con algo rico. El locro en fecha patria. Las empanadas para picar antes de comer. La picada de fiambres en el partidito. La comida es foco principal de cumpleaños, casamientos, bautismos y demás reuniones. ¿Cómo esto puede influirnos? Sin desacreditar lo hermoso de este ritual me cuestiono: ¿Qué es más importante comer o reunirnos? Si la respuesta es comer creo que estamos ante un problema.


Con el tiempo he aprendido: calidad es mejor que cantidad.

Descubrí que puedo dejar comida en el plato sin sentirme culpable por ningún motivo.

Escuchando cuando mi propio cuerpo me avisa que está satisfecho. Sin embargo lucho cada día con mis ansiedades. Esta comprobado que cuando algún pensamiento es recurrente comer nos da una especie de sedante. Aprendo todos los días de mi misma intentando conocerme lo suficiente. Saber cuando realmente tengo hambre y cuando lo que me atraviesa es una emoción es un gran logro. A veces simplemente hay que darle menos bola a nuestra mente.


"Coges como comes".

No estoy segura si estaba en el colegio secundario o recién había terminado cuando empecé a trabajar de promotora para "La Casa del Audio". Una cadena de electrodomésticos que tenia sucursal en el centro de mi ciudad natal. Trabajaba con una amiga y los días pasaban rápido. Almorzábamos todos los días en un bar que solía haber en la galería de al lado del local. Varios de los vendedores de la tienda también comían alli. Uno de ellos un señor de unos 40 y largos años, muy divertido, canchero y con un aire juvenil. Luego de varios almuerzos entramos en confianza.

- "Se puede ver en la forma en que las personas comen cómo son en el sexo", soltó con naturalidad.

No recuerdo exactamente cual fue el análisis de la forma de comer (o coger) que hizo de mi amiga. Su la reacción de sorpresa al sentirse al descubierto me divirtió.

- "Vos, en cambio, preparas todo el plato antes de comer. Le pones limón, mayonesa, hasta te servís la bebida antes de probar bocado. Vos sos de quienes disfrutan del juego previo pero comes con voracidad". - mi piel se erizó al sentir una invasión a mi privacidad. El color de mi cara que siempre tiende a rosa por la rosácea de mi piel se volvió rojo intenso. El hombre rio, sin esperar más detalles pero sabiendo que había dado en la tecla con las descripciones de ambas. Nos recuerdo a mi y a mi amiga riendo tiempo después por esa conversación. Cuchicheando entre nosotras sobre lo que nos había dicho. Viendo cómo comía el único vendedor joven de la tienda, a quien mirábamos curiosas.


Hasta ese momento no había tenido la idea de observarme comer.

Más allá de la referencia sexual estaba la acción de observarme. Nuestra cultura nos determina en cuanto a la elección de los alimentos. La forma en que los cocinamos y los ingerimos. La idea con que realizamos una comida. Por ejemplo para muchos es una forma de agasajar al comensal. "Quien te cocina te quiere", es una frase típica. La imagen de madres y abuelas cuidadoras de nuestra alimentación como gran gesto de amor. Traspasamos de generación en generación estos conceptos. No quisiera entrar demasiado en debate sobre la mirada patriarcal y machista de que quienes se ocupan de la cocina somos las mujeres. Desde la administración hasta la preparación, esto empieza a mutar.

- "Disfruto verte comer" me decía mi suegra.

Ella como tantas pasaba horas cocinando la comida favorita de cada integrante de la familia. Viajar se relaciona bastante con la idea de "probar cosas nuevas". Probar muchas veces esta vinculado a la idea de comer. Hay platillos típicos en cada región del mundo. Muchas personas tienen la idea de que si no los probaste no has estado realmente en ese lugar. Viajeros con poder adquisitivo. Algunos no acordamos con esta idea o viajamos más ajustados. Sin embargo pude disfrutar de conocer platos típicos. Compartidos con lugareños de distintas regiones o trabajando en el camino. Literalmente trabajando siempre ligabas algo o la comida del personal es muy típica de la zona. También con el sueldo me daba algunos "gustitos". El comer en cuestiones de conocer nuevos platos, no es mas que eso: un gusto. En la preciosa capital del Perú, la Lima nublada, como escuche decir una vez, el sol no salía con mucha frecuencia (valga la redundancia). Comer los días feos siempre es un buen plan. Vivía con dos jóvenes peruanos en Barranco, un pueblo bohemio y encantador. Ellos me hospedaban de manera gratuita. Los conocí a través de la aplicación "Couchsurfing" y pegamos tanta buena onda que estuve algunos meses viviendo con ellos. En forma de agradecimiento esperaba a Javier todas las tardes con algo para picar y cervezas. Su manera de agasajarnos, a mi y mis amigas, también venia de la mano de cenas. Carnes en el cajón peruano, lomo saltado, papa a la huancaína y tantos otros deliciosos platos que ofrece la variada gastronomía peruana. Reconocida y celebrada en el mundo entero. A raíz de esto mi contextura física cambió. Un lamentable comentario prehistórico sobre mi cuerpo sucedió la ultima cena antes de irme de ese lugar. En ese momento no tenia las herramientas que hoy encontramos para expresar que la opinión de cuerpos ajenos es un acto de muy mala educación. Además no tiene ningún sentido ya que todos tenemos espejos en nuestras casas. Pero recuerdo esta situación porque en ese momento no tenia esta idea en mi cabeza y un poco me afectó.


Haber engordado había sido el costo de pasar buenos momentos.

Momentos que hubiesen sido igual de hermosos sin la presencia de la comida pero ahí estaba. En mi opinión el como los demás nos ven no tiene que ser una limitación a pasar momentos increíbles y disfrutar. Tampoco la comida tiene que ser una forma de canalizar la ansiedad. Aunque en estos últimos aprendizajes supe que lo que te da ansiedad es comer y no a la inversa como suele pensarse. "La comida" como eje nos atraviesa a todos. Inclusive a las personas que habitan cuerpos hegemónicos. Nunca somos suficiente para esta industria. Su finalidad es hacernos sentir mal para que compremos más. Con cada compra creemos que todo lo que tenemos siempre es poco. Esto es una rueda. El inconformismo que nos plantea el consumo nos provoca ansiedad, y estrés. Es difícil tomar decisiones que nos beneficien cuando estamos bajo estos sentimientos. Por eso algunos elegimos comer comida rápida o de mala calidad. Otros aplacan su sentir con cigarrillos o alcohol. Todas estas malas decisiones se vuelven malos hábitos. Luego necesitamos consumir para sentir un poco de bienestar. Un círculo vicioso. Cuando hablo de consumo no me refiero solamente a la comida. Todo lo antes descripto o cualquier cosa que hagamos con compulsividad. Todo es un consumo enfermizo. Inclusive trasladamos esto a nuestra relaciones interpersonales. Algo en que pensar.

Hay muchas otras formas de canalizar la ansiedad o el estrés. Conectar con la naturaleza es mi favorita. Todo es un sube y baja, nada es lineal y como con las drogas tenes recaídas. Ser consciente del momento presente te ayuda a tomar decisiones. Decisiones que no implican seguir una dieta estricta o hacer un montón de ejercicio. Sino a través del autoconocimiento aprender cual es el límite de nuestros cuerpos. Lograr que nuestras emociones no se expresen en consumos compulsivos nos hace libres.


Hace tiempo empecé a mirarme al espejo con más amor.

Esto es una lucha constante por el bombardeo de imágenes en las redes sociales. La felicidad parece ir de la mano de un cuerpo estereotipado y mucho dinero. Suficiente como para juzgarme frente al espejo. El consumo de esto debe reducirse o aplacarse. La presencia de cuerpos reales en los medios de comunicación nos dan un respiro. Sin embargo siempre hay que mirar con ojo crítico a todo. No somos todos iguales pero si merecemos todos lo mismo. Hay días en que la autoestima parece estar olvidada en algún cajón. Intento que este sentir no venga cargado de opiniones ajenas o mías (auto)destructivas. Cuando vamos creciendo es mas fácil poner un limite o filtrar comentarios. Algunos son tan implícitos (y a veces tan explícitos) en los medios de comunicación que nos resulta imposible no luchar contra la corriente día a día. Ojala puedan ponerse en el lugar de los adolescentes a quienes más afecta esta información basura.

En mi experiencia el enfocarme en como me veo me desenfoca del pensar cómo soy. Cuestionarme por qué soy así, como actúo, que vínculos tengo es clave para el autoconocimiento. Inclusive mis vínculos con las personas, los animales e inclusive la comida. Recordemos que el autoconocimiento nos da el poder de elegir.

El tiempo y el espacio para re-vincularnos con nosotros mismos es vital. Conocer nuestras mutaciones es muchas veces tiempo de dolor y soledad. Viajar me permitió enfocarme en cosas que para mi hoy son mas trascendentales que mi físico. Como conocer mis emociones para cada día tener más control sobre éstas.


Todo tiene que ser un balance progresivo donde aprendemos en el camino.

Hacer foco para entender alguna cosas y, con ese aprendizaje adquirido, darnos lugar a mejores elecciones.

No juzgues tus propios tiempos de mutación. Miralos con amor. Somos seres de cambio. No somos estáticos: como cambian nuestros cuerpos cambia nuestra mente. Volvamos a prestarnos atención para conocernos y tratarnos con amor. Mirar hacia atrás sirve solo para saber cómo llegamos hasta donde hoy estamos. ¿Qué nos llevo a tomar ciertas decisiones? ¿Qué nos enseñaron nuestras experiencias? Con esa información creamos nuestra mejor versión posible. La más auténtica. Para no convertirnos en lo que hicieron de nosotros sino ser quienes decidamos ser. Solo así vamos a tener la libertad de elegir con conciencia. Elegir qué consumimos ya sea comida, arte, información. Inclusive que personas elegimos que nos rodeen para aprender también de éstas. Solo así podremos disfrutar al máximo cada momento.

 

Gracias por leerme. Dejame tu comentario o mensaje privado en cualquiera de mis redes. Seguime para poder conocerte. ¡Hasta la próxima!

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