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  • Foto del escritorJuliana Galvan

LEJOS PERO CERCA

Dos capítulos de mi vida como un antes y un después con una reflexión sobre sociedad, autoconocimiento y aceptación.


CAPITULO UNO: como estar cerca pero lejos.

Hubo un momento de mi vida donde todo el mundo me decía lo grandiosa que me veía. Inteligente: por dar materias de la facultad. Hermosa: por ser flaca. Superheroína: por "cambiar" a quien solía ser mi pareja. Me atribuían sus logros. Como si fuese un muñequito que le cambias las piezas que ya no sirven.

Tenía 17 o 18 años cuando empecé a ir a una nutricionista. Me enseño mucho sobre alimentación. Conocimiento que valoro y considero necesario. Auto-destructiva: lo volví en mi contra. Nuevo hábito: mirar cada parte de mi cuerpo como si estuviese defectuosa. Me recuerdo en bicicleta yendo al gimnasio todas las mañanas. Mi día comenzaba muy temprano. Continuaba haciendo cardio corriendo en las máquinas. Escuchando reggaetón para que algunos cantantes de moda me recuerden que un culo vale más que mil cerebros. Me recuerdo eligiendo no comer para darme el permitido de beber alcohol el fin de semana. Con una gran sonrisa después del berrinche porque no había ropa que vistiera mis defectos, nada me gustaba. Recuerdo que mientras "mejor me veía" peor me sentía. El hecho de estar "preocupándome por mi cuerpo" daba lugar a comentarios. Un permiso otorgado por la sociedad es opinar sobre cuerpos ajenos, más naturalizado si es un cuerpo femenino. Luchamos por quitarlo. Muchos de éstos eran del tipo "que linda estás" y "que bien te ves". Otros enfatizaban en lo que aun debía "mejorar". Un día un muchacho del gimnasio se atrevió a agarrarme de la cintura. Tocándome sin mi permiso hizo atribución a que algo "sobraba".

- "Esto deberías trabajar un poco más"-, dijo.

Me recuerdo pendiente de lo que los demás opinaban de mi. Veía mis inseguridades crecer cada día.

Tres veces por semana viajaba en el tren San Martin desde el conurbano hasta Retiro. Un bus a Recoleta me llevaba a destino: la emblemática Facultad de Abogacía. Tenía buenas calificaciones a pesar que estudiaba poco y pensarán ¡Que habilidad! Pues no, siempre lo mío fueron las relaciones interpersonales. Mi grupo de contención de tres cerebros aplicados, maravillosos e inteligentes siempre me rescataban. Con humildad me ponían en el mismo lugar que ellos, aunque yo el fin de semana iba de fiesta y ellos quedaban estudiando. Los recuerdo hablándome sin parar previo al examen diciendo lo que para ellos tomarían los docentes. Con el tiempo en contra me decían solo lo que necesitaba escuchar. Que podría obviar saber porque jamás lo nombraron en las clases y qué no debía olvidarme por nada. Si era mérito mío poder quedarme con esa información las horas de examen para luego olvidarme todo por completo. También lo era mi capacidad para redactar como si realmente hubiese estudiado. Estas relaciones son recíprocas. Daba bastante de mi por darles un poco de mi habilidad por mostrarme despreocupada. Los bajaba a tierra pensar que nada era tan malo. Todo estaba bien aun en los peores momentos. A pesar de muchas veces ir en el tren llorando por desamores seguía sin renunciar a cumplir con un mandato social. Eso decían que debía hacer. Exitosa: avanzar en la carrera, "en tiempo y forma", sin dejar ni reprobar ninguna materia.

Trabajaba en un local de ropa los findes de semana. Dinero que me alcanzaba para costear los gastos de las drogas que consumíamos con mi pareja de ese momento. Alguna ropa nueva aunque mi armario estaba repleto de ropa que no llenaba mi sed por verme sexi. Todos podían ver y comentar sobre lo perfectamente enamorados que nos veían. Pendientes el uno del otro. Nos mirábamos o tocábamos de forma pasional sin importar quien estuviese viendo. "Como cambió desde que esta con vos" era la frase que mas escuchaba de sus amigos y familiares. "Que suerte que tuvo de encontrarte", se llevaba el segundo lugar. Orgullosa: daba todo de mi por sostener un vínculo defectuoso. Admirable: mi gran habilidad de mujer, cuidadora y reparadora de inmaduros emocionales. Debo confesar que no era el primero.

Estaba tan lejos de escuchar los consejos de quienes realmente me querían. Fui advertida sobre el error que cometía al meterme en una relación semejante. Inmadura: un momento de mi vida donde creía que el sapo se convierte en príncipe gracias al beso del verdadero amor. La realidad estaba oculta en las paredes de su apartamento. La carga mental de poderlo con todo me derrumbaba el autoestima. Hacia malabares con sus cambios abruptos de humor y sus dependencias. Éstas ultimas de todo tipo, pero sobre todo emocionales. Al evidenciar con mi entorno sus maltratos sabía que debía terminar la relación. Sin embargo, todas las veces que intenté alejarme, obtuve las mismas respuestas:

- "Vos sabes como es, un poco bruto; pero está mejor porque te quiere" exclamaban los optimistas.

- "Vos sabias donde te estabas metiendo"-, los crueles.

Cargaba la culpa de haber decidido sostener ese vínculo. Atribuida por mi inteligencia aún siendo joven e inexperta. No tenía permitido equivocarme. Me era imposible admitir mi error y darme lugar a algo mejor. Solo buscaba creerme lo que muchos veían de nosotros. Prioridades: (de una sociedad de consumo) joven, sexi, hermosa, en pareja, orgullosa, super-heroína, exitosa, auto-destructiva. Estaba ciega. Solo podemos ver lo que podemos soportar. No tenía la madurez necesaria para vernos como nos entendí meses después. Pero no era solamente yo, había un contexto que nos llevaba a ese lugar. Dependientes: de la droga, los excesos, de nosotros mismos y del qué dirán. Nos esforzábamos por mostrarnos despreocupados y solo pendientes el uno del otro. Sin embargo todo a nuestro al rededor nos influía y determinaba. Solía juntarme solamente con personas que estaban tan vacías como nosotros. Estaba viviendo una vida que no era la mía siendo alguien que detestaba. No siempre había sido así. Esta persona en que me estaba convirtiendo me alejo de las personas de mi infancia. Mis amigos podían mirarme por dentro y no lo que realmente quería demostrar. Sin embargo les solté la mano. Lo dieron todo, me acompañaron y soportaron cuando ni yo podía hacerlo. Me intentaron creer cuando decía que tenía todo bajo control y me perdonaron por esos años de abandono, a ellos y a mi misma. Aún vivía en la ciudad en la que había nacido nunca me sentí tan sola en mi vida. Aún rodeada de muchísima gente. Lejos de mi, de mis raíces, de mis verdaderos amigos. Nunca me alejé tanto estando tan cerca.


CAPITULO DOS: como estar lejos pero cerca.

Cuando tome la decisión de irme de viaje cada kilometro que me alejaba parecía acercarme un poco más a quien solía ser. Me comencé a cuestionar. ¿En que momento comencé a mirarme con tanto odio? ¿Por qué me causé tanto dolor?

Lo único que quería era alejarme. Lejos de todo pero sobre todo de las personas que me generaban más dependencia. Cuestionarme las estructuras que traía cargadas de mandatos sociales me hizo respirar. Luego de darle vueltas al asunto comprendí. El miedo a estar sola significaba miedo estar conmigo misma. ¿Quién era sin la mirada ajena? Esa mirada me definía, me daba contorno, me decía como debía verme y actuar. En esa sociedad tenía un rol: el de cuidadora, el de constructora de una nueva versión de un otro. Un hombre a quien su historia de vida había vuelto inocente de las atrocidades que hacía. Un hombre que por su condición de genero tenía permitido ser violento. Entendí que la violencia, queridos lectores, es una herramienta que tienen permitida y perpetuada los hombres.

Recuerdo el reproche de la conservadora familia del que solía ser mi novio cuando decidí "viajar sola". Acá una aclaración: estaba acompañada por 3 mujeres. Mujeres que no cuentan como compañía porque la única compañía posible en este mundo es la de un hombre. En mi caso, para la familia en cuestión, no debía ser cualquier hombre. Debía ser mi pareja. No dudaron en cuestionarme por qué me iba sin él. Me sentí realmente invadida pero además con una inmensa responsabilidad. Muchas veces para evitar que te acosen en un boliche la única opción viable es decir que tenes novio. Aunque no se encuentre allí serás más respetada que si solo decís que no te interesa. Este mismo modus operandi se repite cuando viajas y tenes que decir que vivís con tu novio, que justo salió a comprar, que esta viniendo... para no sentir la incomodidad que te genera la mirada de quienes te ven frágil por no "tener" un "hombre que te proteja". Esta es otra carga mental que soportamos las mujeres por nuestra condición de genero. Una entre tantas.

Comencé a escribir pensando en hacer un diario de mis viajes. Lo transformé en meditación. Una forma de mirar para atrás y auto repararme. Cada error en mi vida, como cada acierto, me acerco a donde hoy estoy. Aunque muchas decisiones me causaron dolor no cambiaria nada. Comparto la necesidad de un colectivo: la historia de las mujeres es la búsqueda de la libertad. Crecí con el mandato social de la competencia entre nosotras. Sin embargo han sido mujeres las que me han mostrado lo que es ser realmente valientes. En un mundo donde nos oprimen, nos degradan, nos complican y nos enfrentan. Podemos vernos a los ojos con amor pero sobre todo con compasión. Todas estamos solas. Yo lo estoy por decisión de irme a kilómetros de lo que conozco. Muchas otras porque sus tareas domesticas las invisibilizan. Este conocimiento me acercó a muchas mujeres de una forma que jamás hubiese podido antes: ver con el corazón. Nuestro miedo a estar "solas" solo va a estar derribado cuando estemos juntas nosotras. Es menester unir nuestras fuerzas en post de liderar. Nuestra capacidad de empatía es el cambio que este mundo necesita. Es la libertad que nos fue arrebatada la que nos debe inspirar. Libertad emocional por sobre todas las cosas para no ser el trofeo de nadie. Basta de personas que engañan con nosotras sus vacíos y nos lo venden como amor.


La compañía no tiene que ver con la cercanía física sino con la demostración de interés. Acompañar a la distancia significa lograr entender que no importa si no estas físicamente. Vas a estar cuando realmente el otro te necesite. Hoy tenemos la facilidad de llamarnos cuando lo deseemos o coincidamos. Festejar de forma genuina los logros personales de mis amigos. Llorar cuando algo les duela. Eso es estar cerca.

El fallecimiento de mis abuelos, mi tía, la abuela de mi mejor amiga... momentos donde sentís que deberías estar en tu ciudad natal para abrazar a los que tantos amas. Son los momentos en que más me costó estar lejos. Pero... ¿A donde estoy realmente si no tengo la libertad de elegir con consciencia ese lugar? ¿Estoy realmente acompañando a un otro? Aún si no puedo ser mi propia compañía.

Probablemente me siga cuestionando si estoy donde debo estar. El estilo de vida que me dijeron que es el correcto me va a atormentar. Mientras más me aleje más me cuestionaré. ¿No es esta una condición de nuestra existencia? Tomar decisiones es difícil. No tanto como dejar pasar los pensamientos que nos hacen cuestionarnos esas decisiones. Entendí que los mandatos sociales no te los sacas como pelusas de una camiseta. Constantemente nos rodean personas que viven la vida que "deberían" vivir. Bien ordenaditos en sus logros. Bien prolijos: recibirse, estar en pareja, comprar un auto. Tener una casa, hijos, trabajo estable, fin. Claro que inclusive éstos son privilegiados. Otros tantos deberán conformarse con mucho menos. En mi inconciencia el recuerdo de lo que me contaron que debía hacer con mi vida.

Solo después de compartir a solas conmigo comprendí el valor de ser. Ya no puedo cuestionarme si estoy donde realmente deseo estar. Conversé en soledad con mis demonios. Decidimos y aunque nos cuestionamos esas decisiones vamos hacia donde elegimos ir. Cada paso que doy cuenta una historia. Un historia que elijo y decido vivir por mi misma. Dejándome influenciar por quienes me cruzo en el camino. Aprendiendo a donde quiero ir pero sobre todo afirmando a donde no quiero volver. Mi temor a estar sola se desvanece cuando me recibe mi vida al volver. Las sonrisas de los que amo, los abrazos y los "faltabas vos para que estemos todos juntos" de mis amigos. Que hoy no importa que tan lejos esté, los recuerdo y ese es mi momento de ser con quienes físicamente no están a mi lado.

Entendí a duras penas pero a pasos certeros que querer que alguien sea feliz es darle libertad. Mi máxima expresión de libertad es cuando me siento contenta de existir. Me afirmo en este lugar con placeres que a mi propia forma logro compartir. Algunos locos como yo entenderán lo imposible de vivir sin experimentar. Muchos más saben que los llevo conmigo a cada lugar donde voy.

 

Gracias por leerme. Espero tus comentarios. Hasta la próxima!


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