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  • Foto del escritorJuliana Galvan

EN EL 2012 NADIE ABORTABA

En estos días hubo una gran repercusión sobre la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos. Los magistrados han decidido revocar el derecho constitucional al aborto en todo el país. Así se revirtió el precedente legal del famoso caso Roe vs. Wade.



En agosto del 2018 se discutía en el Congreso de La Nación Argentina la Ley de Aborto legal, seguro y gratuito. Esto me emocionaba bastante. Estaba en México, exactamente en la cocina del hostel donde vivía. Una española se sorprendió al escucharme hablar sobre este tema.

- ¿No es legal en Argentina? - preguntó con una mueca de horror.

- No, recién se esta discutiendo. - Le dije con vergüenza.

Esa noche me contó su experiencia con un aborto que realizó algunos años antes en Barcelona. Parecía haber salido de un cuento de hadas. Mis oídos no podían creer lo que escuchaban. Un hospital, médicos especializados, psicólogos, acompañantes varios. Pensé en lo lejos que estábamos de todo eso pero me reconfortó pensar que íbamos hacia allí.

Sin embargo me preguntó cómo abortaban en Argentina las mujeres que no deseaban ser madres.

Le conté que aborté en clandestinidad. Para el Estado argentino en el 2012 nadie abortaba. Debido a esta situación confesé:

- En mi experiencia hubiese sido mejor tener un hijo. -


No te recomiendo seguir leyendo si este tema te sensibiliza.


Por recomendación de mi ginecóloga empecé a tomar pastillas anticonceptivas a mis 13 o 14 años, no recuerdo bien. La intención era regularizar mi ciclo menstrual. Puedo recordar los olvidos recurrentes los primeros años tomando pastillas anticonceptivas. El sentido de tomarla todos los días cambió cuando empecé a tener relaciones sexuales. Me acostumbré a ellas con sus efectos hormonales y emocionales rápidamente. Las consumí durante años, casi sin pausas.

Corría como tantos otros en igualdad de condiciones el año 2012. El Estado Argentino dejaba en total desamparo a mujeres sin recursos. No teníamos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y proyectos de vida. En ese momento tenía 18 años y estaba a mitad de mi último año de secundaria. El próximo año comenzaría mis estudios universitarios. En ese momento intentaba desapegarme de mi primer gran amor. Lo voy a llamar "José", como el cantante de una banda de reggae que solía escuchar. No tiene idea que me propongo escribir sobre un momento tan doloroso para ambos.


Resumiendo varios años.

Estuvimos juntos desde mis 15 años. Asumí desde el primer momento como mi responsabilidad ocuparme de la anticoncepción. "A nadie le gusta coger con forro, vos ya tomas anticonceptivos ¿Qué te cambia?" Pensé debido a la falta de educación sexual que tuve en el colegio secundario. En ese momento nos entendíamos exclusivos. Por ese motivo no corría riesgo de contraer venéreas y así se acabaron los cuestionamientos.

Al principio de nuestra relación José trabajaba vendiendo en el tren desde muy temprano a la mañana hasta el medio día. Lo caracterizaba llevar siempre una gran sonrisa en su delgado rostro, a pesar de no ver frutos de su labor. Su opresivo padre se quedaba con el salario de José, privándolo de comprarse ropa o salir a tomar un helado con su novia. La situación comenzó a cambiar cuando sus abuelos se fueron a vivir a una provincia Argentina. Le dejaron como herencia su casa de Buenos Aires. La misma estaba situada muy cerca de la casa de sus padres. Sin embargo la intimidad que nos permitió tener nos hacía sentir a kilómetros de distancia. Los años pasaron, José logró su independencia. Lo vi cambiar de trabajo, perseguir sus sueños y cuidar con amor lo poco pero valioso que teníamos. Fueron momentos hermosos de mi vida que prefiero guardarme para mi porque además no viene al caso.

Luego de 3 años de relación ya no éramos "novios" pero continuábamos viéndonos. Hacía tiempo nuestra relación ya no era la misma, los dos sabíamos que tenía fecha de caducidad. Sin embargo nos teníamos un profundo afecto y gran confianza. La casa siempre fue su propiedad, herencia de sus abuelos. Sin embargo yo siempre volvía a "nuestra" casa (como él solía decir) a pesar de no estar en una relación formal. Nunca olvidaré cada rincón de ese lugar y eso me hace sentir que siempre será parte de mi.

No había nadie que me conociera como él. Sin embargo el amor incondicional que sentía hacia mi primer gran amor había cesado. Me sentía atraída por otras personas y me gustaba sentirme deseada por alguien más. Mi actividad nocturna incrementaba, a pesar de volver muchas veces a dormir con él. No dejé de tomar las pastillas anticonceptivas, aún no estaba completamente lista. Sabía que así sean cada vez más fugaces los encuentros seguiríamos viéndonos. Un día, al igual que muchos otros, olvide tomar una dosis y la tomé junto a la dosis del día siguiente.

Comencé a sospechar que algo andaba mal.

Tomé el último placebo de ese mes (pastilla sin contenido de hormonas) y aún no menstruaba. Dejé que un par de semanas pasen sin darle demasiada importancia. Continué tomando las anticonceptivas hasta que a mediados de mes mi cuerpo comenzó a dar señales. Mis pechos estaban muy pesados y me era imposible no dormir luego de cada comida. Todos los días pensaba en la posibilidad de estar embarazada pero no entendía cómo podía haber sucedido. Comencé a hablar con la persona en quien más confiaba: mi prima. Ella me dijo que no me preocupe. Me comentó que hacia algunos meses una chica con la que salía un amigo de ella había tenido que abortar. ¿Abortar? me acuerdo que mi mente quedó en blanco un momento. Durante gran parte de mi adolescencia creí que abortar era una irresponsabilidad. Si las personas habían decidido no cuidarse debían asumir las consecuencias. Además no podía ser, yo no estaba embarazada. Pasaron algunas semanas más y mis pechos no solo estaban cada vez más grandes sino más duros e insoportables. Mi espalda comenzaba a sufrir el peso y sentía hambre constantemente. No hacía falta ser muy madura o inteligente para darse cuenta lo que me estaba sucediendo. Algo crecía dentro de mí, era un hecho, pero aún había una luz de esperanza.


Decidí hacerme un test de embarazo.

José estaba en la habitación, el baño estaba pegado a ella. Entré y seguí las instrucciones. Puse la pipeta sobre un recipiente de plástico blanco con mi orina y dejé pasar unos minutos: positivo. El tiempo parecía no pasar, todo se puso en cámara lenta y un frío extraño recorría mi espalda. No se cuantos minutos pasaron y escuché:

- ¿Estas bien? - la voz de José me devolvió a la realidad.

Una realidad que no había planeado, una realidad que no era capaz de afrontar.

- Si... - le conteste secamente - ya voy.

Me reincorporé y salí del baño, me senté junto a él en la cama y lo miré. No me dijo nada, entendió lo que estaba pasando solo con mirarme.

- Yo no voy a tener un hijo - le dije,

- Es tu decisión - respondió.

No se me cayó una lagrima, creo que aún no caía en lo que estaba sucediendo. Todavía había alguna oportunidad de que sea un error. Mi prima me acompañó a hacerme un análisis de sangre, había que estar totalmente seguras. Entramos al hospital. Ella se quedo en la sala de espera mientras un enfermero me acompañó a un cubículo dentro del laboratorio. Luego de que me sacó sangre me dijo que espere unos minutos que volvería pronto con los resultados. Fueron minutos interminables. Entró, me puso un papel en la mano y al observarme temblar con la cara desconfigurada dijo:

- ¿Te felicito? -

No respondí, miré el papel y en color negrita pegado al borde derecho de la hoja decía bien claro 'positivo'.

- No lo voy a tener - le dije.

- Tené cuidado - respondió.

Mi prima me abrazo cuando me vio salir con lagrimas en los ojos del laboratorio. Prometió que lo íbamos a resolver, me apretó la mano y me guio durante varias calles en las que yo caminaba como un zombie. Nada pasaba por mi cabeza, todo se puso blanco y caminaba como encima de una nube. Sentía que el piso se había abierto en dos y yo estaba cayendo al centro de la tierra lento y suave, como una pluma.

Esa misma tarde esperé llegar a José del trabajo. Con mis ojos mirado al infinito le confesé que me moría de miedo como nunca antes en mi vida. Lloramos toda esa noche. Nos prometimos no abandonarnos en ésta. Juramos que pase lo que pase íbamos a cuidarnos mutuamente.

Nos pusimos en campaña para buscar la forma de realizar un aborto.

Recuerdo haber pasado horas en internet leyendo sobre experiencias de otras mujeres. Buscaba sentirme un poco comprendida, un poco acompañada y no tan culpable. Puedo recordar uno de los comentarios. Anabel tenía 42 años y 3 hijos. Se enteró que estaba embarazada cuando su situación económica y relación de pareja estaban igual de arruinadas. Puedo leer en mi mente sus textuales palabras, como si esa antigua computadora estuviera ahora justo enfrente mío . "Decidí abortar aún sabiendo que puedo ser madre, que de hecho lo soy. Decidí no empeorar la calidad de vida de mis hijos y no arruinar la vida de alguien más". En ese momento me comencé a plantear mi capacidad de maternar. Tenía un cuerpo gestante, es decir biológicamente podía ser madre. Sin embargo "maternar", cuidar de alguien, acompañarlo, nutrirlo, guiarlo... ¿Estaba emocionalmente preparada? Aún discutía con mi propia madre porque no era capaz de ordenar mi habitación o inclusive hacer mi cama ¿Cómo sería capaz de cuidar de alguien más?

Estaba a punto de terminar el colegio secundario y empezar mi vida adulta como había soñado durante años. No voy a negar que pensé en algún momento la posibilidad de tenerlo. Muchas mujeres me habían dicho que es el regalo más maravilloso de la vida y no discuto que para alguna personas así lo sea. Pensaba en la posibilidad de disfrutar de la maternidad, a pesar de que hasta ese momento jamás se me había cruzado esa idea por la cabeza. Algunas compañeras de colegio y amigas eran madres. Cuando entre amigos organizábamos alguna fiesta o reunión ellas no podían asistir por tener que cuidar de sus hijos. Observaba sus caras de tristeza. Con apenas 18 años lo único en que pensaba era en las cosas que no iba a poder hacer si decidía tenerlo. Pero mi mejor argumento siempre fue que no deseo ser madre. Lo sostengo casi 10 años después.

Segundo mes de embarazo.

Recuerdo la desesperación por no encontrar la solución. Sentía que no podía hablar con nadie, que estaba sola y que las expectativas de mi futuro pendían de un hilo. Un día comencé a pensar que no lo lograría, que no conseguiría como resolverlo. Tirada en mi cama boca arriba con las manos en mi estomago pensaba cómo sería mi vida si no tenía otra opción ¿Traer al mundo a un ser que no había deseado? Mis lagrimas brotaban casi sin darme cuenta. Me imaginaba con panza, lloraba. Me imaginaba con un bebé en brazos, lloraba. Me imaginaba con un niño pequeño correr a mi alrededor, lloraba. Inclusive pude verme caminar con un carrito de bebé pasando por la puerta de la universidad y mirando con recelo la vida que hubiese querido tener.

La solución vino a mi con dos meses y medio de gestación.

El panorama según la poca información que había podido recolectar de internet no era favorable. Al realizar un aborto el mayor riesgo de sufrir hemorragia lo tenés mientras más avanzado esté el embarazo.

Esa ni siquiera era la peor parte. Conseguimos el teléfono de un hombre. Era tan anónimo que aunque recuerdo cada detalle no logro recordar su nombre. Nos encontramos en el McDonald's del centro de mi ciudad. El intercambio fue literalmente el que se realiza con sustancias ilegales. Temblaba de miedo sentada al lado José, quien se encargó de la compra. Enrolló el dinero en su mano derecha y con su mano izquierda agarró el paquete con pastillas. Pagamos con dinero prestado un monto que nos costó mucho devolver. Mirando hacia los lados como si alguien lo observara nos explicó rápidamente cómo debíamos realizar la práctica.

No me había mirado en casi toda la conversación. Estaba sentada mordiendo mis uñas mientras miraba el suelo. Cuando levanté la vista este hombre me miró y soltó:

- si ves que sangras mucho no dudes en ir al hospital -

Mi pecho se cerró. Nos levantamos y nos fuimos.


Lo que pasó después no fue mucho mejor.

Solíamos poner el colchón en el piso del living. No recuerdo si lo hacíamos porque allí estaba el cable de la televisión o hacía menos frío o calor. Esa noche el colchón estaba en el piso. Me puse cómo tantas otras veces una de sus remeras favoritas. Era gris claro con una chala de marihuana verde en el pecho y la frase "legalize it" por debajo. Hicimos lo que nos dijeron. Ocho pastillas tamaño mediano color blanco de forma hexagonal. Tomé dos vía oral, las otras dos las introdujo José en mi vagina. Contamos exactamente una hora y como nada ocurría repetimos el proceso. Esperábamos abrazados que algo sucediera. Me tomó por sorpresa una puntada en los ovarios, luego otra y todas las que sucedieron a lo largo de aproximadamente 5 horas. En mi imaginación sería un dolor menstrual fuerte. En la realidad una mano invisible entro a mi cuerpo y comenzó a cortarme lentamente por dentro con un cuchillo desafilado. Empecé a sangrar. Había leído que para evitar hemorragias no debía tomar Bayaspirina porque provoca más sangrado aún. Intenté en vano calmar los dolores con Ibuprofeno. ¿Cómo sabría si estaba a punto de desangrarme por una hemorragia? En internet decía que si rebalsaba de sangre más de tres toallitas en una hora corra al hospital. Cuando la diarrea y los vómitos comenzaron de forma simultanea ya no pude seguir contando cuantas toallitas había rebalsado. Gritando, llorando y retorciéndome del dolor empezaba una larga noche. Me quedé sentada por una hora en el inodoro sin dejar de sangrar. Un balde color verde a mi derecha contuvo el vómito hasta que no tuve nada más en mí estómago para vomitar. José preguntaba del otro lado de la puerta con voz quebrada y nerviosa si podía pasar a verme.

- ¿Estas bien? ¿Necesitas algo? -

Llorando respondí que saldría cuando me sienta mejor, que me deje sola. En mi vergüenza me quede en ese baño sola temiendo por mi vida y sufriendo un dolor insoportable. Sabía que José estaba ahí, al otro lado de la puerta del baño, sentado con su espalda apoyada en la pared, llorando. José no había podido sentir el dolor de mi cuerpo aunque me juró que si pudiera sentirlo él y no yo lo hubiese hecho. Estoy segura de eso, hacía cualquier cosa con tal de no verme sufrir. Mucho tiempo pasó hasta que comprendí que yo tampoco pude sentir el dolor de su alma. Entendí que no era nada fácil ver a su primer gran amor sufrir por no desear, como él si lo hacía, una niña con sus ojos.


Las horas mas largas de mi vida habían cesado.

Al día siguiente estuve todo el día en la cama. El dolor se había vuelto parte de mi pero no era por eso que no me levantaba. Mi hermana fue a cuidarme y aunque intenté explicarle lo que había vivido no tenía palabras, no tenía fuerza, no tenía ganas.

Me acompañó el sangrado diario durante casi un mes. La situación que me pasó a mediados de ese mes fue la de mayor indignación de mi vida. A pesar de que por los años de noviazgo sabía lidiar con el padre de José nunca me imaginé lo que ocurrió en ese almuerzo. Todo parecía muy normal. Como sucedía habitualmente en esa época José soltó un comentario en la mesa sobre el cuerpo de su padre.

- ¡Que panza que tenés, che! - se burló,

- Mejor no te digo nada - su padre respondió

- ¿Qué tenés para decir? - Desafió José

- ¿Me vas a hacer un aborto? - preguntó en forma de respuesta su padre, volteando la mirada hacia mi y haciendo muecas en post de minimizar la situación, reduciendola a la burla.

La pregunta de ese cínico ser resonó en mi cabeza durante largos segundos. Aunque lo intenté no pude evitar que mis ojos se abrieran como cuando caes al vacío sin nada que te detenga. La mamá de José me miró con cara de compasión sin emitir una palabra, solo me dijo con sus ojos que sabía lo que había pasado. Así también su tía que se atrevió a agregar como a quien un cachorro le rompe las zapatillas:

- no le des bola, es una bestia - confirmando que ya todos lo sabían aunque yo así no lo quisiera.

Estaba segura que era una bestia.

Me levanté furiosa agarré la mesa con las dos manos y tironeé del mantel tirando todos los platos al piso. Miré al padre de José a los ojos y le grite "hijo de re mil puta, te odio". Me acerqué y lo empuje con todas mis fuerzas deseando que tropiece y caiga al piso rompiéndose la cabeza. Me encerré en el baño previo a patear cuanto objeto se cruzaba por mi camino y no salí de allí por media hora.

Durante años imaginé que eso realmente había sucedido. Creo que pensaba que, de haber sido esa mi reacción inmediata, parte de mi ira hubiese sido dirigida a quien correspondía. En cambio no fue así. En la realidad tome aire como pude, respiraciones entre cortadas con la garganta casi cerrada. Sonreí falsamente al comentario de la tía. Ayudé a levantar la mesa, saludé cordialmente y me fui. La niña educada cruzó la puerta. Nunca le pedí perdón a José por descargarme a los gritos con él, gritos que escuchó toda la cuadra. Perdón por no entender que estaba desesperado tanto como yo y buscó a su padre para que lo ayudara. Debido a la inocencia que a José caracterizaba no pudo ver que antes que un padre había un droga-dependiente sin escrúpulos. Agradecí que esté hombre jamás volvió a saludarme.


Mucho tiempo me costó entender que solo bastaba con no querer ser madre para no tener la imposición o el "deber de".

Se lo atribuyo a que me crie en una sociedad que impuso que una mujer esta completa cuando tiene hijos. El mismo tiempo me costó contarlo a alguien que no fuera de mi circulo más intimo. Yo misma me juzgue durante muchos años. Sentía culpa por lo que había hecho y era contra mi propia creencia de "responsabilidad" con la que estaba luchando.

El silencio me acompañó hasta que los pañuelos verdes empezaron a florecer en Buenos Aires. El apoyo y la visualización me dieron la libertad de sentir que mi decisión merece respeto. Nunca me arrepentí de lo que hice. Sin embargo si hubiese sido consciente del sufrimiento y del peligro al que me arriesgué probablemente no lo hubiese hecho. Es por eso que lo "mejor" hubiese sido tener un hijo. Mi libertad de decidir por poco se lleva mi vida y no tenía madures necesaria para ponerlo en una balanza. Pude entender tantas cosas a partir del movimiento feminista y liberé de mi el tabú que me acompañó durante años.

Cuando se discutió por primera vez la ley de aborto legal, seguro y gratuito en Argentina tanto dolor tuvo sentido. La decisión de no ser madre fue la mejor que pude haber tomado. Pude continuar mi proyecto de vida tal cual lo tenía planeado. También pude dejarme sorprender por la vida sin necesidad de tenerlo todo planeado. Sin embargo entender mi decisión como un derecho humano fundamental me dio la fuerza. Fuerza para luchar junto a otras mujeres, madres, abuelas y niñas. No queremos que se metan en nuestras decisiones, cuerpos y proyectos de vida. Mis ojos brillaban de emoción al ver esa ley discutirse en el congreso. El día que la vetaron volví a sentirme encerrada en ese baño en soledad, con vergüenza y miedo a morir. Lloré desconsoladamente. Llamé a mi madre la cual se mostraba confundida, no sabía lo que yo había pasado. Creí que ocultándoselo la protegía del dolor. Cuando volví de viaje en un almuerzo juntas le conté por qué me dolió tanto que no fuera ley. Le hable sobre la clandestinidad y sobre el miedo. Entendió que mi dolor era porque no quería que ninguna piba más pasé lo que yo pasé, sufra lo que yo sufrí y cargue con el silencio. Le dije lo afortunada que fui por estar pudiendo contar esta historia. A tantas otras la clandestinidad las silenció para siempre.

Vivimos en un mundo donde juegan con los derechos de las mujeres como podemos verlo hoy en EEUU. Nadie abortaba cuando yo lo hice por que no éramos capaces de contarlo. Entendí que es momento de visibilizar nuestra propia deconstrucción. Tengo la esperanza de que juntas vamos a hacer frente a esta sociedad machista y patriarcal. Acompañándonos y respetándonos. Lo necesitamos. Basta de tolerar un mundo que nos atropella tanto como nos deja morir en clandestinidad.


En Argentina la Ley de Aborto Legal, Seguro y Gratuito rige desde el 30 de diciembre del 2020.

Desde ese día mi pecho se alivianó al saber que mis compatriotas están amparadas en caso de decidir no ser madres. Aún nos queda mucho terreno por conquistar, vamos a paso lento pero seguro y nos proponemos no volver atrás. Sin embargo, no será una conquista hasta que cada mujer del mundo pueda elegir sin ser juzgada. Debemos poder decidir sobre nuestros cuerpos y realizar nuestros proyectos de vida como queramos. A pesar de los palos en la rueda, de las dificultades y los miedos, seguimos dando lucha. Este es mi aporte.

Gracias por leerme. Si deseas contarme tu experiencia no dudes en escribirme. Cualquier opinión sobre este ensayo será bien recibida.

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