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  • Foto del escritorJuliana Galvan

SOBREVIVIENDO UNA PANDEMIA MUNDIAL

A continuación describo cuanto puede transformarnos una pandemia mundial. Dos años donde era una persona y me convertí en otra.

Tiempos de incertidumbre.

La vida parece estar cada vez más condicionada por factores externos. Nuestras propias decisiones quedan en segundo plano. Solo algunas cosas podemos abrazar con fuerza. Hace unos días tuve un sueño extraño. Estoy a orillas de un rio con mi amiga Mari. Estamos jugando con su perrita caniche que, como es de esperar en esta raza, es muy alegre y juguetona. En un parpadeo estoy viendo a Mari salir del río después de dejar a su perrita varios metros atrás. Puedo verla volver sobre sus pasos sonriendo. Hace tanto calor, deseo meterme al rio que se ve tan limpio pero algo me detiene. Lo veo moviéndose en el agua. No logro distinguir que es porque el sol me lo impide, hago una "carpita" con las manos para dar claridad a mi visión. Esa sombra comienza a asechar a la perrita que se encuentra en mitad del rio. Estoy en la orilla llamándola, me siento confundida ya que aún no distingo de que se trata... Una boca enorme de muchos pequeños dientes filosos me dan la respuesta. La estoy llamando cada vez con más desesperación. Deseo que venga hacia mi lo más rápido posible. Ella capta mi mensaje y así logra escapar de esa boca que podría haber sido mortal. Reacciona a mis llamado y nada moviendo su cabeza hacia los lados con su hocico por encima del agua. Su expresión es alegre, como si sonriera, no se percata del peligro. Una vez en la orilla la recojo segura en mis brazos. Mi corazón comienza a latir más lentamente. La imagen del reptil más grande que he visto, de color verde intenso y piel rugosa, aún está ahí, más cerca mío inclusive. Le cuento a Mari la situación ya que no entiende que estaba pasando. Ella decide entrar a nadar al mismo rio donde el cocodrilo asechaba. A pesar de mis advertencias entra muy despacio con una sonrisa en los labios. Al alejarse unos pocos metros de la orilla lo ve, pareciera por primera vez. Empieza a nadar con los ojos desencajados como si estuviera ahogándose. Sus mejillas se enrojecen y sus movimientos se entorpecen. Estoy inmóvil en la orilla viendo pasar lo que sucede como quien está mirando una película. Mari esta cada vez más cerca mío. Puedo ver como lucha por salir de ese rio con destreza. Tras ella el cocodrilo parece estar casi por comerla de un bocado. Otra persona se interpone en su camino. Sale por detrás de Mari y la sujeta con fuerza. Como si estuviese ahogándose y precisara salir a respirar se sostiene de las caderas de mi amiga. El cocodrilo mueve rápidamente su cabeza. Tras abrir su enorme boca introduce de un bocado todo el torso de esta persona y gira en si mismo. Solo pude ver sus piernas hundirse en el rio. Mi mano se alarga para alcanzar la mano de Mari. Logro sacarla de esa escena otra vez con las palpitaciones en las nubes. En ese instante recuerdo que la persona que se esta hundiendo junto al cocodrilo en el rio es idéntica a mi Mari. Inclusive tenía el mismo traje de baño y su pelo recogido. Como si ella misma hubiese intentado salvarse a costa de su propio hundimiento.

- ¿Eras vos?, - le pregunto con el seño fruncido. Mirando hacia los lados, desconcertada por la situación que acababa de suceder

- No, era un clon mío, por suerte mañana puedo ir a trabajar. - Me responde con una calma que me sorprende de una persona que estuvo a punto de morir.

En general me despierto sin recuerdos de mis sueños. Si alguna imagen viene a mi mente es como un book de fotos y no una secuencia continuada o un video. Lejos del estilo de sueño que relaté al comienzo. Por eso decidí contárselo a Ciro mientras tomaba unos mates esa misma mañana en la cocina. Luego de reír un rato de lo absurdo del sueño soltó:

- Leí una vez que todos los personajes de los sueños, sean humanos o no, somos nosotros mismos desde diferentes perspectivas. - tras una pausa agregó:

- ¿Sabías que si en los sueños hay mucha cantidad de agua, como ríos, mares o lagos, significa que hay una representación del futuro? Bueno eso decía en el libro sobre los sueños que leí. - Se justificó.

Lo miré curiosa pero no respondí.

Nos distrajimos mirando una de las noticias que le gusta llamar "tristes y deprimentes de este mundo" en el periódico local online. No por eso me olvidé de sus palabras. Si entiendo a la perrita como una persona no humano que refleja mi propia existencia ¿Por qué nadaba sola en el río? ¿Era yo que no me percataba del peligro? ¿Por qué en el rio había un cocodrilo? ¿Por que yo misma miraba de lejos esa situación y no intercedía más que gritando desde la orilla? Si también mi amiga e inclusive su clon eran una representación de mi misma... ¿Por qué decidí saltar al río aún advertida de su peligro? ¿Por qué intentaba hundirme a mi misma en ese río? y el último por qué, entre tantos otros que intento aún desarmar... ¿Por qué me tiendo la mano mientras una parte de mí se hunde? No estudié el significado de los sueños ni consulté a profesionales. Admito alguna vez haber buscado en internet sobre el significado de los sueños pero este no fue el caso.


Mi intención es transmitirles algunas de las reflexiones a las que me llevó este sueño.

Condicionada por mis subjetividades y la situación que estoy pasando en este preciso momento, claro. Creo que lo mismo ocurriría si ustedes también intentan desarmarlo para entenderlo. Considero inevitable esta acción. Todos tendemos a prestar atención en cada relato a lo que nos atraviesa en el momento preciso en que lo leemos. Por este motivo es que puede seguir carente de sentido para muchos pero no así para mi. Esclareciendo lo que antes parecía tan absurdo. Absurdo como que un abuelo abuse de su nieta de 6 años desde que la misma tenia 2 años. Absurdo como la justicia de La Rioja en Argentina encubriendo esta situación impunemente. Lean por favor el caso "arcoíris" que divulgó Ofelia Fernández en su perfil de Instagram.

Convivo cada día sin poder hacer más que esperar a que llegue una notificación. Con ésta resolver mi futuro. Las hipótesis, sus probabilidades, mis deseos y expectativas recorren mi mente. A veces como un pantano, otras tantas como el brazo de un río fluyendo al mar donde logro solo mirarlos pasar.


A mediados del 2019 regresé a mi ciudad natal.

En ese momento me fue muy difícil ocupar mis horas libres. Había estado un par de años viviendo en pueblos de playa donde la vida parece transcurrir sobre un caracol. Solo pensaba en pasar tiempo con mis amigos que hacia tanto no veía. Ellos a diferencia mío y a esa altura del año estaban muy ocupados. Las personas cuando vivimos en grandes ciudades nos movemos casi a la velocidad de la luz. Todo parece tan efímero, velocidad a la que me había desacostumbrado. En una de las primeras reuniones con familiares y amigos tuve la misma sensación de cuando era una niña. Escuchando las conversaciones de los adultos. Intentando descifrar lo que decían. Comprendiendo tan solo algunas palabras sin lograr entender el sentido de la conversación. El problema es que aún no terminaba de definir que me gustaba realmente. Era como una vez que tenía mucho hambre y me ofrecieron un dulce antes del almuerzo. Aquel dulce me gustaba pero no me apetecía en ese momento en que deseaba almorzar. No sabía como ocupar mis horas sin sentirme aburrida, inútil e incluso incomprendida.

Decidí irme de viaje hacia nuevos destinos, sola.

Me había sentado bien viajar y no me hallaba en la vida que Buenos Aires me proponía. Pasé un invierno en Bariloche, luego un tiempo recorriendo la Patagonia Argentina. Volví a mi gran amor: la playa, esta vez en Punta del Este, Uruguay. Un giro por la costa uruguaya me cargó de mucha, mucha energía. Grandes amores conocí esa temporada, amores que aún conservo. Creo que tampoco pude terminar de entenderme en la soledad. Confirme, sin embargo, que nada me da más placer de existir que mantenerme en movimiento. Me recuerdo llena de sueños, expectativas e ilusiones. La vida me tenía en un vaivén de emociones repleta de sentires. No había posibilidades de que algo mejor a ese momento pueda existir. Tenía todo lo que quería o más bien quería con fuerza todo lo que estaba teniendo. Todo fluía con naturalidad a pesar de las adversidades. Podía sentir que mi cabeza, mi espíritu y mi alma levantaban toneladas de peso. Sin esfuerzo, como si fuese una pluma. Con esa energía cruce nuevamente el rio de La Plata hacía la casa que me vio crecer. Dejé mucho más que un poco de ropa en el país vecino.


Cruzaron conmigo propósitos muy claros.

Buscaría la carpeta con las actas de mis familiares que me ligaban con mi antecesor italiano. El mismo que me daría el derecho de solicitar mi propia ciudadanía italiana. Volaría hacia el viejo continente en busca del tan preciado pasaporte europeo. Con la finalidad de abrir más puertas hacia mundos inexplorados que con valentía me disponía a conquistar.

Saqué el boleto a Buenos Aires en las oficinas de Buquebus en Punta del Este y a los dos días nos embarcamos mis sueños y yo. Sin darle lugar a los monstruitos internos que te tiran pálidas cuando cosas nuevas están por venir.


No tuve que llegar a casa para percibir que una sensación extraña se movía en el aire.

La agradable, recomendable e indiscutiblemente liberadora vida sin mirar el noticiero. Me había mantenido durante un largo tiempo desinformada. Desayune ni bien llegué unos mates amargos. No tanto como la noticia sobre un virus del que poco se sabía y mucho se hablaba. No tarde en ponerme al día de la desinformación que circulaba en las calles. Antes de digerir lo que estaba sucediendo las fronteras de varios países cerraron. Sin embargo mis ilusiones y expectativas estaban intactas. Mis pertenencias quedaron del otro lado del río. Intentaba que no me influya el caos de ese momento. La gente se encerraba en su casa, tiraba alcohol etílico diluido en agua en las verduras, productos de almacén y artículos varios. Muchos no veían ni siquiera a sus padres. Puse manos a la obra para contactarme con mis familiares y recolectar todo lo necesario para el armado de la carpeta. Convencida de que cruzaría el océano atlántico en poco tiempo. Junto con una de mis primas unimos fuerzas y las actas comenzaron a llegar.

Estaba en casa tomando el solcito del otoño que entraba por la ventana del living. Reposaba cómodamente en el sofá. Acariciando el sedoso pelo de una gata adulta que convive con mi madre hace varios años. Mientras esperaba que la nueva noticia amarillista y alertista desapareciera de los medios de comunicación. Medios que imperan en argentina monopólicamente hace tantos años, de los que nunca me fié. Los vuelos al exterior comenzaron a aparecer en forma de publicidad de mis redes sociales.

Decidí programar un vuelo a Roma para unos cinco meses después de ese preciso momento. Mi intensión era disfrutar de los míos unos meses antes de irme quien sabía por cuanto tiempo. Debido a la fuerte caída de compra que produjo la pandemia mundial más especuladora que existió jamás, compré un boleto de avión a un precio irrisorio. Una parte de la población creía que venía el fin de la existencia humana en el mundo. Otra parte, a la que pertenecí, creíamos que era una payasada que pasaría en un par de meses, exactamente hasta que algo novedoso ocurra y venda más. Ninguno de los bandos acertó. La seguridad que me caracterizaba cargó en una balsa de madera a mis sueños. Junto a mis expectativas, mis ilusiones, mis proyectos inmediatos. Mi confianza, mis planes, gran parte de mi alegría de vivir y el bronceado de un cuerpo esbelto. Juntos comenzaron a cruzar el Rio de La Plata remando de a uno hacia donde los había visto por última vez. Claro que no fui la única a la que la situación la empezó a asfixiar. Me sentí en esa película donde las paredes de una habitación se van acercando cada vez más a la persona que intenta resolver cómo salir antes de quedar aplastada.


Las cosas se pusieron oscuras. Luego del primer año de pandemia me iba a dormir cada noche pensando en que tal vez mañana sería el momento en que abrirían las fronteras. Al cabo de unos días me despertaría en el lugar donde deseaba. La realidad a 120km por hora daba vueltas en círculos. En el mismo barrio, la misma cama y sin un lugar donde ver ponerse el sol del atardecer. Como tantos otros tuve que lidiar con mis frustraciones. Me costó, entre otras cosas, mi propio celular. La idiotez de estrellarlo contra una mesa por no poder poner en palabras la sensación de encierro que me presionaba el pecho. A pesar de esto puedo decir que fue un privilegio haber pasado esos dos años junto a mis seres queridos.


Pasaron mas o menos dos años hasta que pude utilizar ese boleto de avión.

Un amor me contuvo en sus brazos hasta el momento en que crucé la puerta de embarque en el aeropuerto internacional de Ezeiza. Cuan profundo es su sentir haciendo lo que para mi es un gran acto de amor: acompañarme a volar. Antes fui a buscar mis cosas a Uruguay. Recuperé lo que quedaba de la balsa. Perdí el cuerpo esbelto que pronto recuperó el bronceado, las ilusiones y expectativas. Todos se unieron junto a nuevos miedos e inseguridades para pagar las deudas que la pandemia había generado en mi economía. Con el sobrante llegaría al lugar desde el que hoy les escribo. Ese avión que me cruzó al viejo continente tenía el sabor agridulce que te provoca una falsa sensación de pérdida. Lo dulce es la adrenalina de ir hacia un mundo nuevo. Nuevas posibilidades se expandían una vez más a través de las fronteras a conquistar. El mismo sabor lo había degustado varios años atrás. Sobre los rieles del tren que me desprendió de viejos vicios para llevarme hacia unos nuevos. Dicen que los adictos nunca nos recuperamos. Si algo aprendí es que los hábitos tienen chance de cambiar a fuerza de voluntad. Las experiencias aunque parecidas nunca son totalmente iguales. Varios meses después de tomar ese avión estoy instalada. Mi hogar es una de las casas cuadradas de techos altos y grandes ventanas que caracterizan el norte de Italia. Puedo ver irse la primavera aunque sus flores persisten coloridas en todos los jardines, para abrazar el verano. El sueño que tuve algunos días atrás me permite responder explícitamente una sola de las preguntas que me generó. ¿Por qué intentaba hundirme a mi misma en ese río? Entiendo que muchas veces somos nosotros y nuestra mente los que nos generamos malas pasadas. Puedo observar un momento de mi vida transcurrir en libertad. Mi experiencia viajando por Latinoamérica y Centroamérica, sin presiones y aceptando todo lo que venía como lo mejor que me podía pasar. Luego mis planes se derrumban por factores externos a mi. Esto me hizo volver a pensar como solemos hacerlo. Esta idea sobre la tormenta que irrumpe la calma o la que indica que el suceder de muchas cosas buenas solo puede significar que algo malo está por venir. Ignorando todo escenario posible me lancé al río (o al futuro) aún con el peligro advertido. Esta vez no he podido evitar pensar escenarios catastróficos. Hundiéndome hacia lo profundo del río o un cocodrilo devorando mis extremidades. También se puede pensar que en ese sueño me hundía a mi misma porque intentaba sobrevivir. Nos enseñaron que la forma más segura de hacerlo es repensar una y otra vez todos los peligros que nuestra mente imagina. Como si de alguna forma esto evitaría que sucedan cosas malas. Asumo que nos mantiene más alerta para que no nos agarren las adversidades desprevenidos. No estoy en total desacuerdo con esta teoría. Asumo que estamos diseñados para no hacer lo que nos de miedo o nos ponga en lugar de vulnerabilidad. Esto nos llevaría a estar inseguros en un mundo de depredadores. Nuestro cerebro busca mantenernos con vida. Me cuestiono si es posible distinguir esta búsqueda de supervivencia del mecanismo autodestructivo de sabotearnos a nosotros mismos. Nos saboteamos para no afrontar el miedo que nos provoca hacer lo que realmente deseamos.


Hoy a pesar de los peligros que me acechan tomé a mis miedos de la mano y acá estoy.

Las secuelas de una pandemia mundial. El destape mediático de una guerra que parece estar ocurriendo hace dos días pero lo está hace años. Temores me inundan. Me mantengo valiente. Si algo aprendí de todo lo vivido es que solo yo puedo tenderme una mano cuando todo se pone incierto. E inclusive hacerlo aunque eso signifique perder una parte de mi y mutar en una nueva versión.


No estamos totalmente seguros de como transcurrirá nuestra existencia.

Las adversidades económicas que nos atraviesan . Las situaciones particulares de la vida de cada individuo. La situación económica de la nación que habitamos en comunidad. Nos presiona el pecho tanta incertidumbre. Creo que todos podemos sentir esa presión.

La diferencia entre los que decidimos construir nuestra vida en un país extranjero y los que pasan sus días en su país de origen es ínfima. Si naciste, como yo, en un país tercermundista no hay trabajo "estable" que le gane a la inflación. Crece constante la desocupación. Vivimos en crisis. Solo tenemos dos opciones. Nos conformamos en mediocridad o seguimos adelante, sin permitir que esto nos desanime o atemorice. Lo más importante para lograrlo es saber que aunque todos vivamos experiencias diferentes en algún punto nos encontramos. No hay nada más poderoso para superar las adversidades con la empatía de quienes nos rodean.


También contamos con nosotros mismos.

Gracias a lo vivido me conozco un poco más o busco re-conocerme cada vez que puedo. Me encuentro en algunos gustos que antes no habitaban en mi. Me divierto estando sola aunque desencaje mi rutina entre las rutinas de quienes me rodean. Me doy el espacio para simplemente ser. Aprendí que no importa cuanto piense o planifique mi futuro solo puedo confiar en que las cosas van a suceder de la manera que deban hacerlo. Otra vez no sé que me traerá el futuro y esa incertidumbre me acecha al igual que a tantos otros. Respiro y puedo ver como el sol empieza a caer en ese río como lo hace todos los días en cada parte del mundo. El atardecer va aclarando las sombras. Nos permite ver un espectáculo maravilloso. Solo si estamos realmente dispuestos a observar.

 

Y vos, ¿Cómo viviste la pandemia?

Me encantaría leerlos. Gracias por llegar hasta acá.

¡Hasta la próxima!

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