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  • Foto del escritorJuliana Galvan

LA VIDA QUE ME ANIME A VIVIR

Costa Rica Parte 1 - La ruta nunca deja de sorprenderte.


Carpa para 6 personas
La carpa de chicas

Muchos fueron los riesgos y pocas las certezas cuando decidimos emprender ese viaje.

Con Sintia, mi compañera de aventuras, habíamos ahorrado algo de dinero en México. Teníamos boletos a Guatemala que queríamos aprovechar. Los compramos económicos para presentar en migraciones del aeropuerto de Cancún. Son solicitados para entrar al país. En principio no estaba en planes usarlos. Cuando la temporada de lluvia llegó a México nos invitó a irnos. El clima y el paisaje seguían siendo disfrutables. El problema es que cada vez había menos trabajo. Volvimos a hacer nuestras mochilas de viaje luego de varios meses en el país de las quesadillas. Alguien dirá que es el país de los tacos pero había un puestito de quesadillas cerca de casa digno de representarlos. En fin, Guatemala fue deslumbrante. Ya les contaré la historia del Volcán Acatenango y nuestras andanzas allí. Antes de gastar nuestros ahorros comenzamos viaje por Centroamérica. Nos quedamos algunos días en El Salvador. No era la intención principal pero podíamos cubrir las comidas del día con 0,50 centavos de dólar. Las popusas salvadoreñas nos dieron una amorosa recibida. Sin embargo, al no tener ingresos, debíamos seguir viaje. La intención era llegar a Costa Rica.


Todo pasa por algo.

Cuando aún estaba en México me cruce a una chica que había conocido meses antes en el Ecuador. Le dicen Jowi. La forma en que sucedieron las cosas fue algo extraña. Yo salía de trabajar en mi bicicleta. Habíamos arreglado con Jowi encontrarnos en la cervecería Chapultepec. Allí vendían lo habitual de una cervecería pero en tamaño mini. Ideal por el precio, a menos que necesites una burger XXXL. Salí de trabajar como a las 20hs. Le envié un Whatsapp a Jewi diciendo que iba en camino. Respondió al instante dándose por avisada. Ya se encontraba allí con sus amigos. Comencé a pedalear hasta la cervecería. Al llegar me di cuenta con solo un vistazo que Jowi no estaba, pues pocas mesas estaban ocupadas. Le envié un WhatsApp sorprendida. Jewi estaba en una sucursal diferente a la que yo conocía. Al ver que antes de esa sucursal estaba el camino a mi casa me dispuse a no ir al encuentro. Era un día de mucho calor, salía de trabajar y mi timidez al enterarme que otras personas estaban allí fue una gran excusa. Retomé camino a casa. Iba escuchando a todo volumen "Ska-p". De buenas a primeras me detengo. No reconocía las calles. No sabia donde estaba. Abrí el GPS que aún marcaba la ruta a Chapultepec. Me había pasado de casa y estaba a dos cuadras de la sucursal de la cervecería donde estaban Jewi y sus amigos. Suelo hacer caso a las señales. Entré. La sonrisa de Jewi me recibió con otras dos sonrisas más. Me senté al lado de una chica de pelo corto con rulos. Sus ojos eran grandes y brillantes, de largas pestañas. Llamada Maru. Luego de algunas cervezas y entrar en confianza Maru me preguntó que haría luego de México. Realmente no lo sabía y le confesé que me gustaría seguir viaje. Entusiasmada me dijo:

- Tamarindo, tenés que ir a Tamarindo.

La costa pacífica de Costa Rica entro en el mapa gracias a esa recomendación.

Luego de conversar sobre la estabilidad económica del país entendí que era una oportunidad laboral. Oportunidad que debía perseguir ya que la lluvia me condicionaba en México. Era una preocupación no tener ingresos ya que rentábamos un departamento. Allí tome una decisión. Al comentarle mi idea a Sintia estuvo de acuerdo en seguir viaje.


Abandonamos El Salvador de la misma forma en que habíamos llegado, a dedo (auto-stop).

Cruzar Honduras y Nicaragua fue menos preocupante de lo que mi mente se había imaginado. Me había asustado por la mediatización de los maras y eso. Hubo un solo momento de tensión. Sucedió en la frontera de Nicaragua con Costa Rica. Estábamos tan prontas a llegar que no queríamos detenernos. Cansadas de haber cruzado casi 3 países en pocos días nos dispusimos a llegar a la frontera. Rápidamente conseguimos que un auto frene en una ruta tupida por arboles de un verde intenso. Era un hombre de unos 40 años, esto es muy relativo por su tez oscura sin arrugas. Característica de esta región. Podría tener 50 años tranquilamente. El sexto sentido nunca falla pero teníamos tantas ganas de llegar. Me subí aunque algo me decía que no debía hacerlo. Conversamos algunos kilómetros con las típicas preguntas a los viajeros. ¿Cómo llegaron aquí? ¿Qué visitaron? ¿A donde van? y una que es particular a las mujeres: ¿Solas? Tiendo a tomar el control de la conversación cuando los que manejan son hombres. Es algo que aprendí de una amiga. Cuando en la adolescencia nos pasaban a buscar para llevarnos al boliche ella nunca dejaba de hablar. Entendí que persuadía la insinuación. Estaba claro que con menos de 18 años y sin dinero no íbamos con ellos al boliche porque quisiéramos. Al entrar nos perdíamos y quizás volvíamos a verlos para volver a casa. Usaba el mismo truco de no dejar de hablar y nos iba dejando una por una en nuestros hogares. Su encantadora belleza compensaba nuestra falta de dinero. Por su nombre le llamo la técnica "ABC". Cuándo las preguntas se le terminaron comencé a cuestionar. ¿Tenés familia? ¿Con quien vivís? ¿Donde? ¿Por qué? ¿Cuánto? ¿Qué? Sin parar de preguntar cosas que claramente no me interesaban. En el mandamiento "ABC" la primer regla es controlar la conversación. Dudo que se haya dado cuenta de mi intensión. Tal vez el haber estado viajando durante tanto tiempo me agarró casada, distraída. En un mínimo silencio soltó:

- ¿Nadie les pide nada a cambio? -

- No, está claro que si estamos en la ruta haciendo dedo no tenemos dinero. -

- No estoy hablando de dinero - insinuó

- No se me ocurre nada que puedan pedirnos... Una vez... - Me dispuse a cambiar el rumbo de la conversación

- Un beso - interrumpió mirándome sonriendo.

-¿Un peso? - quise seguir evadiendo

- No, un B E S O - insistió

- No - contesté secamente y mi cara se transformo.

Desde ese momento estuve seria mirando por la ventana y en silencio.

Mi compañera que se dio cuenta que yo no volvería a hablar quiso salvar los kilómetros que faltaban. Comenzó una conversación absurda con el tipo. Él se dio cuenta mi incomodidad. No le importó. Hizo algunos comentarios al respecto, parecía disfrutarlo. Por dentro quería bajarme del auto inmediatamente pero ¿Dónde iríamos? Estábamos a tan pocos kilómetros de la frontera, se hacía de noche y cada vez había menos tráfico. No era buena idea quedarnos solas en la ruta de noche. Las dos lo sabíamos y por eso Sintia intentaba hacer que no pasaba nada. Mi cara de bronca era insostenible.


A los pocos kilómetros nos topamos un retén de policía.

Como manda el protocolo nos detuvimos detrás del movil policial. Una joven uniformada le pidió al conductor los papeles del auto. Yo seguía mirando por la ventanilla.

- ¿Posee armas de fuego? - cuestionó. La miré confundida.

El hombre metió su mano debajo del asiento. Agarro un arma. Tras desarmarla se la entregó. Buscó un papel en la guantera. Se lo dio. La mujer inspeccionó ambas cosas.

- Correcto - dijo, y le devolvió sus pertenencias.

No se cuantos minutos pasaron pero me paralicé. No pude hablar. No me movía. Sintia reaccionó. Me toco el hombro y me dijo:

- Bajamos acá -

No respondí, continué sentada inmóvil en el asiento del acompañante. Esta vez con la mirada fija a las manos del hombre que sostenía su arma de fuego.

Sintia esta vez me apretó fuerte el hombro. Ahí reaccione.

- Juli, nos bajamos acá - repitió en un tono inquisitivo mientras abría la puerta del auto.

Bajé del auto sin decir una palabra. Me alejé lentamente. Sintia cumplió con la amabilidad de explicarle que hasta aca estaba bien, que gracias y buen viaje.

Nos acercamos al patrullero. Eran dos oficiales. Les explicamos por qué habíamos bajado. Tanto en Uruguay como en Argentina no es legal que los civiles porten armas de fuego. Nos dijeron que era legal tener armas en Nicaragua. Por suerte nos enteramos en ese momento y no antes de entrar. No se cómo hubiésemos cruzado el país de no ir a dedo.

Luego de las preguntas a viajeros de ruta nos explicaron que estábamos a pocos kilómetros del primer pueblo. El sol caía sobre unas colinas. La noche se acercaba. Aunque continuábamos con personas armadas que haya una mujer nos tranquilizaba. Les pedimos por favor nos ayuden a llegar al pueblo. Ya no queríamos subir a otro auto. Su servicio estaba terminando. Me di cuenta que de haber pasado diez minutos después por ese lugar la policía no estaría. Aunque me gusta pensar que solo era un pajero. Que no se animaría a hacernos nada. Que probablemente ni nos hubiésemos enterado que tenía un arma. En ese momento me sentí afortunada. La realidad es que nada nos aseguraba que algo malo sucediera. Sin embargo las cosas malas suceden, no esa vez. Me prometí nunca más ignorar mi sentir. No volví a subir a un auto al que mi pecho me advertía no subir.


En el pueblo no había hoteles.

Lo más parecido eran pensiones. Nos quedamos arriba del patrullero mientras los oficiales arreglaban nuestra estadía. El hombre que nos recibió tendría unos 60 años, otra vez esto es muy relativo. Se veía perdido. En su mano un cigarrillo que arrojo a la vereda cuando pasó un metro del pasillo de entrada. Una musculosa blanca un tanto amarillenta, una gorra negra sin inscripciones y un short de baño. Usaba esas ojotas con las tiras de tela. Hacían un ruido extraño cuando caminaba. Nos dio unas llaves y nos acompaño a nuestra habitación. Para llegar caminamos por el pasillo que se extendía desde la entrada hasta los baños. Nos indicó con la mano donde estaban. Mientras caminaba por el pasillo podía ver por las puertas entreabiertas. Vivían familias enteras. Niño, abuelos, hombres y mujeres de todas las edades. Un bebé lloraba. Lloró toda la noche. En la habitación había dos camas de una plaza con colchones muy finos. Eran catres. El piso de material al igual que las paredes. Una tele pequeña de esas antiguas con una antena en medio. Una silla de madera. El lugar era muy oscuro. Las luces frías de las habitaciones iluminaban el pasillo que tenía una sola luz al final, al lado de los baños. Hubiese sido bueno darnos una ducha. Sin embargo los baños no eran higiénicos. Preferimos quedarnos así. Nos sentamos una frente a la otra en cada camita. Comenzamos a reír. La situación que habíamos pasado horas atrás nos había mantenido alerta. Ahora estábamos en esa pensión un tanto temerosas. No queríamos salir a comer. Teníamos unas latas de atún y galletitas de agua. Esa fue nuestra cena. Nos turnamos para ir a lavarnos nos dientes, para no dejar las cosas solas. No debíamos tardar más de lo esperado. Esa noche dormimos con la puerta trabada con la silla de madera. Me dormí escuchando al niño llorar. Me desmayé. Desperté temprano al otro día con las revueltas de unos niños. Jugaban mientras las madres los aprontaban para ir al colegio. Había gente viviendo su vida en ese lugar. Lo que para algunos es experiencia para otros es realidad.

Por la mañana dejamos la pensión y caminamos a la ruta. Otra vez en esa ruta pero con la seguridad que te da la luz del sol. No esperamos mucho una auto. Llegamos al fin a la frontera de Costa Rica. Como sucede en muchos cruces fronterizos por tierra nos cobraron una "visa". Nos costó unos 15 dólares entrar al país.


Tardamos pocas horas en llegar a nuestro destino.

La ruta para entrar a Tamarindo tiene a un lado la playa y al otro verde vegetación selvática. Pasamos por algunos puestos de surf. Caminaban con sus tablas jóvenes bronceados de pelo rubio, quemado. Todos sonreían. El pueblo se ve limpio. Sobre esa misma ruta, una vez adentrado el pueblo, hay bares y restaurantes. Algunos hoteles. Una rotonda. Hacía bastante calor. Caminábamos por todo el pueblo buscando voluntariado con las mochilas a cuestas. La temporada estaba pronta a comenzar. No había lugar en los principales hostel. Estábamos cansadas y decidimos pagar una noche en el lugar más barato que conseguimos. Dejamos nuestras cosas y fuimos al mar a ver caer el sol. La arena es fina, no llega a ser blanca pero es clara. El agua es completamente transparente. El cielo se explota de muchos colores. Sabía que estaba en el lugar correcto. Aunque solo me quedaban un poco más de 20 dólares me compré una cerveza para festejar.

Al día siguiente hicimos check-out y dejamos nuestras mochilas en el armario de equipaje del hostel. Fue bueno no tener que cargarlas para buscar voluntariado. Volvimos a los lugares donde el día anterior nos habían quedado en confirmar. Entramos por segunda vez al "Eco-Camping Hostel" que quedaba a unas 7 cuadras del centro del pueblo. Nos recibió una mujer que no era la chica del día anterior. Su español básico, su pelo oscuro recogido tenso, un metro cincuenta de estatura, la espalda recta y los brazos marcados, ojos claros muy profundos. No era de allí. Al vernos entrar buscaba con la mirada a alguien. Nos saludó y nos dijo que aguardemos. La chica que nos recibió el día anterior le grito al vernos:

- Son ellas, las chicas que te hablé. Buscan voluntariado -

- Ah, si. - contestó... - ¿Hablan inglés? - nos miró con cara de pena

Por suerte Sintia maneja el idioma como si fuera nativa. Se entendieron enseguida. Yo seguía observando el lugar. Atrás de la recepción estaba la cocina. Era un quincho, techado pero sin paredes. Algunas mesas redondas y una mesada larga. Justo de frente había un comedor. También techado sin paredes. Dos mesas amplias con bancos de madera. Al rededor todo era un amplio patio adaptado para camping. Había algunas carpas. A la izquierda estaban las habitaciones y el baño. Tenían como el nombre del lugar indica los tachos de reciclaje y un enorme compost. Los arboles que decoraban el lugar lograban un clima fresco, una paz agradable.

Emy es canadiense. Habían comprado ese lugar con su pareja, Russell. Tenían una niña pequeña que ya iba al cole. Nos invitó a quedarnos a cambio de 4 horas de trabajo por día. Estábamos en la recepción. En el lugar había algunos hippies. Después nos enteramos que se aprovechaban un poco de la amabilidad de los extranjeros. Estaban prontos a irse. Sin embargo ya no trabajan allí. Tampoco pagaban aunque tomaban cerveza todos los días.

Esa noche dormimos en una de las habitaciones que tenía aire acondicionado. Fue un placer hasta que empezaron a llegar de la fiesta algunos borrachos. Dejaban la puerta abierta de la habitación. Hablaban en voz alta. Algunas personas no están adaptadas a las habitaciones compartidas.


Creí que todavía estaba soñando.

A la mañana siguiente me desperté con una espalda ancha y musculosa en la cama de enfrente. Acomodaba su ropa. El pelo rubio, la piel dorada. Se dio vuelta. Se percató que lo miraba y sonrió.

- Buen día, espero no haberte despertado... -

- Buen día, no, estaba despierta. - contesté con voz de recién levantada.

Me fui corriendo al baño a lavarme la cara. Atrás mío entró Sintia.

- ¿Lo viste? - le pregunté

- Claro que lo vi. No me digas nada... ¡te encantó! y si, es re tu onda - insinuó en tono de complicidad

- ¡Nada que ver! - Sonreí

Dormimos dos días en la habitación. Al tercero Russell nos indico que, debido a la temporada alta, íbamos a continuar durmiendo en carpa. Se lo veía emocionado con la noticia.

- Mañana armaremos la tienda de chicas - Dijo en su limitado español con una sonrisa en la boca.

Esa tarde caminamos nuevamente por el pueblo buscando voluntariado. Estábamos dispuestas a trabajar la temporada. Mejor dicho lo necesitábamos. Nos había parecido una pésima idea trabajar las 8 horas, mínimo, que te demanda un empleo y luego dormir en carpa. Ni hablar de las 4 horas de trabajo que debíamos pagar en el hostel a cambio de una carpa. No encontramos nada. Volvimos desilusionadas. No nos quedaríamos eso era seguro. Nos propusimos seguir buscando un lugar donde trabajar por una habitación, no por una carpa.

Al otro día temprano Russell estaba rodeado de elementos de camping. Cuando nos vio dijo sonriente:

- ¡Estamos listos para la tienda de chicas! - su emoción me exacerbaba.

A nuestro pesar nos tocaba armar el lugar donde esa noche dormiríamos. Cuando Russell empezó a abrir la "tienda" me sorprendí. Era enorme. La carpa era para 6 personas cómodas. Las chicas del hostel hasta entonces éramos dos. En la carpa entrabamos paradas. Podíamos cambiarnos dentro. Era de color anaranjado con las terminaciones en blanco. Cuando terminamos de armarla Russell fue hasta su casa. La misma estaba al fondo del hostel. Volvió con dos colchones inflables. Nos dio sábanas, almohadas y nos dijo, otra vez sonriendo:

- "Espero que las chicas estén bien" -

Nunca me imaginé que una carpa me podía gustar tanto. Esa noche dormí hermosamente. Puse mi cama al lado de una de las ventanas. Tenía esos bolsillos donde guardar el celu. En el medio una mesita. Pusimos nuestras mochilas de viaje a los pies de las camas. Sobraba lugar. Lo mejor de todo fue que nadie interrumpió mi sueño a mitad de la noche. Poder dormir en ropa interior. Despertar con el fresco olor de la vegetación. Escuchar los pajaritos y los monos aulladores desde temprano en la mañana. Mi turno en la recepción empezaba a las 7 am. Desperté agradecida de existir. La tranquilidad de la mañana del hostel era un placer. Rodeado de naturaleza. Decorado con hamacas. Todo de madera. Estaba emocionada del lugar dónde pasaría esa temporada.


Continuará...

 

Gracias por leerme. Me encantaría que puedan leer la segunda parte. Cual comentario me escriben.

¡Hasta la próxima!


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