top of page

Un camino sin final

  • Foto del escritor: Juliana Galvan
    Juliana Galvan
  • 4 dic 2024
  • 11 Min. de lectura

Un relato sobre el viaje constante de descubrir el amor, enfrentando las piedras invisibles y pesadas que cargamos en el alma. A través de huellas, decisiones y recuerdos rotos, el camino se revela como un eterno proceso de transformación y entendimiento, donde aprender a amar es un desafío sin final.


Retrato

¿Hacia dónde voy?

Estoy en Italia, en el pueblo que me hizo ciudadana europea. El mismo pueblo donde, algunos años atrás, leía a Neruda. Creo que ahí empezó a gestarse mi deseo. Un libro entero de poemas de amor. ¿Otra vez con el amor? ¿Otra historia fallida? ¿Otra decepción? Parece tema de otro posteo, pero es más bien un despertar. La venda que me cubría los ojos se deshizo como polvo. De repente todo se aclaró: pude ver mi alma sin la niebla que la había oscurecido durante tanto tiempo.


Sigo de temporada, pero algo cambio, alguien. Sentada frente a mi computadora abiertas las pestañas donde busco pasaje a Noruega. Me acompañará mi amiga Belu. Nos conocimos acá, pero a la distancia. Me seguía en las redes por amigos en común. Las dos de Buenos Aires, pero solo nos vimos alguna vez que recuerdo vagamente. Ella se cansó de su rutina. Yo iniciaba un nuevo rumbo en la improvisación. Ahora, con más privilegios. Un pasaporte que abre las puertas del mundo, y mucha confusión. Sin embargo, me dejé fluir por la corriente. Dejé que tantas de esas puertas se abran. Cada una me acercaba al entendimiento que hoy me mantiene en búsqueda. Hoy Belu vive en Barcelona. Tuvo la valentía de enfrentar sus miedos y emprende, junto a mí, una nueva aventura. Va a trabajar de algo que nunca hizo, en un país donde nunca estuvo y en una lengua extranjera. Su valentía me enorgullece, su presencia me alivia. Se que puedo estar sola pero, ¿Como querer estarlo? Uno de los motivos que la impulsó a hacer esta temporada fue que yo estaría allí. Es curioso cómo las personas aparecen en mi vida y se conectan con mi propia búsqueda. Una importancia que no siempre puedo entender de inmediato.


De piedras invisibles.

Hace unos días hice la cuenta de hace cuantos años exactamente estoy en movimiento. Cinco. De casi ocho que me alejé de casa por primera vez. ¿Qué estaba buscando la niña exploradora? ¿De qué estaba huyendo? Respuestas que no sabía que necesitaba.

Una sabiduría que no puedo explicar de donde viene me lo ponía de frente y yo, escribía sin reparo. Esto vomité una noche estrellada en un pueblo de montaña. Lo titulé: de piedras.

"Me pregunto si todas las piedras serán iguales o a mí me llama la atención las que son de este color gris oscuro. Tienden a brillar cuando les da el sol y por la noche se apagan. Ese brillo me enceguece hasta que llega la noche y me encuentro con su oscuridad.

Me pregunto que tengo que aprender. Quizás rescatar estas pesadas piedras llega a hundirme. Entonces no entiendo porque no simplemente paso de ellas. Tan solo las veo ahí, tiradas en el piso, escondiéndose. A veces pienso que solo yo puedo verlas brillar y es por eso que no las puedo dejar. No se cuidarlas o no se cuidarme de ellas. Con el tiempo aprendí a reconocerlas. Antes tan solo me daba cuenta de que eran ellas cuando mi cabeza me pesada cien kilos. Ahora las veo de lejos, las reconozco. Eso me ayudó a continuar mi camino a pesar de su peso. Me fortaleció las piernas, me curtió las manos y el corazón. Aun así, no las esquivo, aun así, tropiezo con ellas. Pude dejar atrás algunas y creí que eso me había dado la libertad de ya no guardarlas. Me equivoqué. Me cruce por una ciudad de playa con una pequeña, pero muy brillante. La subí al auto y conversamos. Nos miramos mutuamente sabiendo que había una conexión. Andana muy distraída como para reconocerla. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que la vi. Mientras brilla se camufla con audacia, parece un rubí. Sin embargo, no pasa desapercibida cuando baja el sol. Me insistió para que me la quedara. Una y otra y otra vez. Tan solo no pude resistirme. Su brillo me iluminó como el sol, me dio calor, abrigo, me encendió. Cuando la noche llegó la vi en su vulnerabilidad. No había dudas, era la misma piedra de siempre, pero en otro tamaño y forma. En este momento no se exactamente qué hacer con esta información. Por un lado, me gusta sentir su calor cuando brilla. Por el otro, entiendo cuán pesado es sostenerla. Pensé que había aprendido a soltarlas, pero aquí voy otra vez. Se me pasó un detalle. La piedra se vuelve más pesada con el pasar del tiempo. Ya lo sé, no es un detalle menor."


¿Por qué luchar contra vos mismo?

Somos constante conflicto como condición humana pero el sentir era más profundo. No me encontraba a mí misma. Me di cuenta de que había algo raro. Me costaba hacer amigos, me alejaba de quienes querían compartir conmigo. Hacía planes que implicaban pasar mucho tiempo sola. Aunque encontraba un placer exquisito en lo que llamaba independencia, no era genuino. No se sentía como otras veces donde la soledad me conectaba conmigo misma. Por el contrario, era como si una bomba hubiese explotado. Un ruido desordenado dentro de mí.


Estoy leyendo a Estanislao Bachrach casi como si fuera la biblia. En "Zensorialmente" hace un resumen del libro entero en algunas páginas. Un párrafo llamó mi atención más que otros.

"Cuando estes en conflicto se activarán señales de alarma de tu cuerpo y tu sistema de respuesta a la amenaza. Esto disminuye tu capacidad de pensar con claridad. Impulsado por sensaciones y emociones por debajo de tu nivel de consciencia. Tenes altas chances de arrepentirte de lo que haces."

Durante mi estadía en Nueva Zelanda hubo una serie de infortunios provocados por mí misma. Chocar el auto por manejar sabiendo que no debía hacerlo, cambiar de ciudad y no encontrarme a gusto, salir con alguien de quien desconfiaba, confiar en alguien que traicionó mi confianza, ir a una ciudad desconocida a vender mi auto... podría seguir. Las circunstancias de la vida son para aprender. La cuestión es que me decía a mí misma: "estoy tomando malas decisiones". No tanto por el hecho de decidir sino porque venía de años en que la "suerte" acompañaba mis pasos. Mis decisiones me llevaban a lugares de mucho placer. Ahora sucedía lo contrario, mis decisiones impulsivas me dejan un amargo sabor.

El problema del conflicto es cuando no somos capaces de entender su procedencia. Es en la claridad donde está la resolución pero también tanto dolor. Dolor, que en una vida hedonista no me he dejado jamás atravezar. De más está decir que había una luz que impulsaba pero que aún no me dejaba ver la foto completa. En mi constante búsqueda del placer y el disfrute se colaba la insatisfacción. Ya no había paisaje en mi retina que me aleje de la realidad.


¿De dónde vengo?

"Lejos, lo que está lejos, y lo que estando lejos bajo mis pies camina..." Pablo Neruda.


Estuve en Buenos Aires arreglando mis recuerdos durante siete meses. Siento que ahí se quedó quien supe ser.

A las dos semanas de volver a casa realicé una intervención en mi cuerpo que me causó un inmenso dolor. Uno que había soportado antes. Textuales palabras: fue un trámite. A los pocos días seguí segun lo previsto. Saliendo, riendo y disfrutando de estar en casa después de más de dos años.

Poco tiempo después viajé a Uruguay. Fue allí donde comprendí que algo en mi andaba mal. Mi cuerpo estaba tenso, como si cada músculo se contrajera ante un dolor invisible. Estaba obsesionada con Franco. El chico que, no hacía mucho tiempo, había abandonado en Nueva Zelanda. Contradicción. Franco había sido la inspiración para escribir "de piedras". Mi corazón, una niña perdida entre los recuerdos rotos. Esperaba que él viniera a tomarlo, aunque fuera por un segundo, y lo hiciera sentir menos invisible. Un día me dijo que no nos veríamos, que no me vería. Me sentí desvanecer. Aunque sabía que él no era lo mejor para mí, lo necesitaba. En ese momento creí que necesitaba de su presencia, luego entendí. Su simple existencia era trascendental. Apareció en mi vida para mostrarme mucho más de lo que mi consciencia era capaz de ver. Mi cuerpo, que no sabe mentir, me llevaba a buscarlo casi sin pensar.


Me quedaba en el departamento de Mauricio, un amigo que me dejó el viajar y la mejor excusa que me llevó a Uruguay. Mauricio notó el vacío e intentó, en vano, recoger mis piezas rotas por un instante. Su calidez, su honradez, su alegría. Me aproveche de cada una de sus virtudes para cubrir mi carencia afectiva y emocional. En mi defensa, no me di cuenta de esto hasta mucho tiempo después. Esa noche, temblando en llanto, me abrazó mientras intentaba, en vano, dormir. Confundí su calor y sin dudar me desnudé. En mis piernas quedaron marcas que se fueron con el tiempo. En mi corazón una marca que no se borrará: decepción. Había corrompido uno de mis valores más preciados: la amistad. Otra vez, seguí según lo previsto. Saliendo, riendo y disfrutando del país vecino que había hecho mío, tiempo atrás, en otros veranos.

Volví a Argentina inventándome historias para convencerme de que estaba bien.


Al poco tiempo viajé a Brasil. Era un viaje que había planeado hacía mucho tiempo con mi familia. Colapsé en más de una oportunidad. Siempre con alguna llamada, mensaje o desaparición de Franco de por medio. Me sentaba a observar los barquitos desde la orilla del mar. Me sentía a la deriva, pero di lo mejor de mi para disfrutar. Eso sucedió, lo previsto.


Una vez que aterricé en Buenos Aires me quedé sin historias para convencerme de que estaba bien. Ya no había previsibilidad ni control. Debía dejar de hacer que nada pasaba. Mi alma necesitaba darles valor a mis experiencias dolorosas. Nada sería como esperaba.


Mi amiga Laura me pasó uno de sus contactos de lujo. Walter, mi actual psicólogo. Un estudioso tanto de Freud como de Jung. Una mezcla fascinante que me maravilló desde la primera sesión. Le contaba mis "problemas" como si fuera una crónica ajena. En mi objetividad todo tenía una resolución práctica. Recuerdo lo que me dijo sin decir, pero que quedó en mi mente por semanas. Yo contaba algo que no recuerdo y el me interrumpió:

- ".. perdón, seguí. Una vez que estabas expresando una emoción yo voy y te corto..."

No me creí de alguien tan perspicaz que eso haya sido un error, una mera distracción. Efectivamente no lo era. Estaba plantando en mí una semilla, de una forma sutil pero pertinente. Presté atención. Nada me generaba emoción. Era algo que le atribuía a una existencia panorámica. Había visto tanta belleza que algunos paisajes ya no eran tan espectaculares. Sin embargo, era algo mucho más profundo que eso. Los paisajes eran el juego de la niña que exploraba. "Y la vida, la vida que es tramposa, agarró a tu mocosa y te la hizo mujer", canta Ciro en mis auriculares. Una mujer que necesitaba alivianar el peso de su espalda.


¿Cuándo dejé de sentir? Me preguntaba. Walter me hizo entender que la clave no estaba en cuándo sino en el por qué. Como si alguien hubiera quitado una capa de niebla frente a mis ojos. Por primera vez entendí que mis decisiones no eran solo impulsos. Eran ecos de un miedo profundo que ni siquiera sabía que existía. Había algo en mí que se había apagado, algo que temía, pero que nunca había querido reconocer. Un estado de supervivencia. Había sido útil para no generar trauma en los infortunios de mi vida, pero mi cuerpo ya no lo soportaba. Mi piedra más pesada, huir de la realidad. El miedo a sentir me había mantenido a salvo de las heridas más profundas, pero también me había impedido vivir plenamente. Cuando Walter lo nombró, fue como si toda una parte de mí se hubiera encendido. Encendido por dentro. Y entonces entendí, el dolor no se evita, se atraviesa. Tenía que llorar. Llorar con dolor. Lo que te genera angustia es porque lo estas atravesando y atravesarlo es la única forma de sanar.


Empecé a hacerme responsable. De mi dolor, mi vulnerabilidad, mis derrotas, mis frustraciones. Para abrazarlas, contenerlas y hacerlas parte de mí. Cada una de mis piedras tenían razón de ser. Algunas fueron expectativas rotas durante mi infancia. Otras fueron personas que abusaron mí. Descuidos de mis cuidadores. Sin reproche, entendí que hicieron lo que pudieron. Humanizar a mis superhéroes, entenderlos tan frágiles como yo misma. Las personas que amé mi vida entera ya no se ven igual. Mi propia experiencia de vida ya no está narrada en primera persona. La niña que se dejó fluir con la corriente había romantizado una vida en post de no aceptar su fragilidad. Ahora, ni siquiera yo soy quien creía ser.


Somos lo que le contamos a nuestro cerebro. Por eso nos narramos la vida. Una vida narrada sin dolor es placer, a disfrute, a exploración. Es una vida que no te pertenece, porque es el mundo el que te cuenta tu propia historia. Un desorden exquisito, como un cuchillo agarrado por el filo. Lastima, duele, porque la única forma de agarrarlo por el mango es ordenando tu vida. Agarrando al toro por las astas. Viendo con aceptación radical para cambiar solo lo que está a tu alcance. Me siento saliendo de un pozo solo que para ahogarme.


¿Cómo amar?

Puedo ver desde un plano elevado, con total amplitud, a la gente que amo bailando en mi cumpleaños número treinta. Están sonrientes, distendidos.

- Toda esta gente me quiere - pienso.

La crisis de los treinta o de la madurez temprana, el retorno de saturno, el despertar espiritual... llámalo como quieras. Si, lo hice todo. Reiki, tarot, revolución solar, terapias convencionales, biodecodificación. Todo apuntaba para el mismo lado: responsabilidad. Dejar de patear la pelota para afuera. Solo yo hice de mil rutas mi ruta, luchando contra mis demonios. Solo yo podía romper mis alas, exterminarme. Alejarme esta vez lo más posible de quien creía ser, para encontrarme. Para darle un sentido a mi existencia más allá de mi propia banalidad. Para trascender.


Vuelvo a leer "de piedras" y agregó un final que me golpea la cara: es como mirarme al espejo. Me desnude ante mis miserias. Había construido una muralla de piedra alrededor de mi corazón. Era un profundo miedo al amor. Se traducía en insatisfacción. ¿No es el amor la búsqueda eterna de nuestra encarnación?


Ahora lo veo claro como el agua. Si lo que construía estaba defectuoso era más fácil de destruir, con distancia. La culpa no me perseguía porque me jactaba de hacer mi propio camino. Manipulación. Estaba en constante búsqueda de atención y hacia maniobras para obtenerla.

Un camino sin culpa, sin dolor y sin amor. Pasé de ser víctima a victimario como si no fueran dos caras de la misma moneda. Posesión, celos y control. Un combo para anunciar la muerte de cualquier relación. Lo veía, lo hacía, lo buscaba. No los justificaré, a cada uno de mis amores les cabía bien el saco que les ponía. Ellos también me merecían. Franco, a diferencia mío, era consciente de sus miserias. "Yo soy celoso", disparó en una de nuestras primeras citas. Aunque no era consiente en ese momento, su confesión me sedujo. No debía de observarme si tenía a quien culpar. Le cargué toda la responsabilidad al punto de justificarme en su accionar. Él insistía. Había visto en mi lo que yo no quería ver y lo que nos unía profundamente: hogar. Le dije mil veces que no quería ser madre, todas o más me marcó lo buena que sería. Me contaba con emoción sobre su casa, sus proyectos de familia, sus ganas de proyectar. Pudo ver el brillo en mis ojos, aunque yo no lo veía. Sin embargo, así me alejase kilómetros de él nunca dejaba de buscarlo. Reflectaba mi deseo como el sol en el mar al medio día.


Acá estoy, observando mi propio corazón a través de las grietas de esa muralla que construí. Sabía que no solo había bloqueado a los demás, sino que también me había bloqueado a mí misma. La misma muralla que pensaba que me protegía, ahora es mi cárcel. Descubrí que merecemos el amor que damos, pero el amor es una construcción. Se nos enseña de chiquitos, más gráfica que verbalmente. Debía destruirlo. Solo así podría gestarse desde la profundidad de mi alma. Sin peso, sin piedras, sin miedos, sin moldes. No queda más que enfrentarme a mí misma. ¿Cómo es el amor que quiero dar? Porque solo así sabré el que merezco recibir.



 

Esto es un continuará. Gracias por llegar hasta acá. Hasta la próxima.



 
 
 

Comments


© 2023 por JULIPIOJAA. Creado con Wix.com

  • b-facebook
  • Instagram - Negro Círculo
bottom of page