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  • Foto del escritorJuliana Galvan

MI EXPERIENCIA EN EL AMAZONAS

Una experiencia selvática en Perú donde me adentré con un barco carguero durante 9 días por el rio amazonas. Excitantes aventuras, comidas extrañas y un lugar que me sorprendió.

Nuestro refugio en el barco

Una aventura que no es para todo el mundo.

El barco carguero es una forma de trasporte habitual para los habitantes de la zona. Con capacidad para 250 personas no es exactamente un barco turístico. Cuenta con agarres en el primer y segundo piso para enganchar hamacas. Sobre éstas dormís durante todo el viaje. Debes conseguir una antes de abordar porque no esta incluida en el precio que te cobran por pasaje.

Octubre del 2017: llegué a la ciudad de Pucallpa. Conmigo dos amigos que cariñosamente apodamos como "el negro", Ivan, y "la negra", Luci.

Iván, Luci y de fondo unos niños amish

En Pucallpa nos hospedamos en un hostel para dejar nuestras mochilas. Allí estaba el puerto de donde saldría nuestro barco. Caminamos largas cuadras con el agotador calor de la selva. El "puerto" tampoco es de lo más confortable. Creo que ni siquiera es un puerto. Podría ser mas exacta diciendo "el lugar donde cargan y descargan". Se encontraba pasando un boulevard. Cuesta abajo por un camino de tierra. Al llegar advertimos que en la zona solo había hombres. Como método de protección quien hizo las preguntas fue nuestro amigo. Allí mismo compramos los boletos. El día siguiente embarcaríamos temprano.

Decidimos hacer algunas compras para el largo viaje. Con Luci cargábamos nuestra "bolsa chola". Colorida bolsa de compras bautizada "chola" por que era de gran tamaño y siempre estaba repleta. Desde comida y bebida hasta artículos para cocinar. No nos dábamos el lujo de prescindir de ella. En nuestro presupuesto de aquel entonces no estaba incluido ir a comer a un restaurant. "Gasoleras" se dice en mi país a quienes gastan justo lo imprescindible. Nuestra prioridad era viajar. Compramos enlatados, galletitas dulces y saladas, y abundante agua. Luego supimos nunca sería suficiente.


La aventura comenzó al día siguiente.

Llegamos una hora antes del horario de embarque. Recomendación que nos dieron para conseguís lugar donde poner las hamacas. Es un transporte muy concurrido.

Tuvimos suerte de que el barco saliera al día siguiente. Los horarios están de adorno. Salen dependiendo si tienen suficiente carga que transportar.

Para mi sorpresa las hamacas en los primeros pisos están pegadas unas a otras. Gran cantidad de familias completas con niños y ancianos utilizan este transporte. Luego de recorrer el barco llegamos al tercer piso. Al ser la parte superior del barco corría más aire y la vista era realmente espectacular. Se encontraba la cabina del comandante de tripulación pegada a algunos camarotes. Realmente bastante precarios y calurosos. A continuación un espacio de aproximadamente tres metros cuadrados abierto a los costados. Del techo colgaban los agarres para las hamacas. Estaba habitado por una pareja extranjera. Eran hippies de rastas, cargaban instrumentos y malabares. Nos pusimos a conversar y nos comentaron que bajarían en el próximo puerto. Nos invitaron a quedarnos en ese espacio que ocupaban. Hasta entonces nos pareció la mejor idea. Sin embargo con mi amiga nos sentíamos un tanto intimidadas por la presencia de la tripulación pegada a nosotras. Como ya dije eran todos hombres. Por esto decidimos movernos todos juntos y aceptamos la propuesta de los hippies.

Luego de dejar las mochilas junto con las de nuestros nuevos amigos nos pusimos a observar. Desde el ultimo piso se podía ver lo que transportaban los pisos inferiores. Pallets de madera cubiertos por una lona con la cara de una mujer. Lejos de tener rasgos peruanos parecía más bien europea. Esta distorsión de imagen que consumen los latinos la hablaré en otro posteo. Sin duda allí nos quedamos. El "Henry" partió y al despedir a la pareja nos ubicamos felizmente con nuestras tres hamacas. Todo era tan diferente a lo que conocíamos y nos recuerdo sonreír por tener un tanto de intimidad allí arriba. La cosa se puso un poco más intensa al medio día ya que, con el calor, no había sombra que refresque y el barco es todo de chapa. Estar en la hamacas no era una opción por su tela gruesa y de lanilla. Aún sentada leyendo sin moverme, una gota de transpiración recorría mi cien.


Una campana comenzó a sonar a las 11 del medio día.

Advertimos que era hora del almuerzo. Las comidas están incluidas en el pasaje. Al bajar vimos una fila de personas con sus tupper o platos esperando su turno para que les sirvan. Las tres comidas tenían la misma base: arroz, pollo y papa. El menú "variaba" con era una especie de sopa de yuca y carne de gallina. Otras tantas arroz con gallina y sumado plátano frito u hervido. Ese primer almuerzo, con debido al hambre voraz que tenía lo comí. Sin embargo a las 5am me era imposible comer algo así y me conformaba con algunas galletas de desayuno. Su obsesión por el cilantro hacia muy difícil que quiera terminar de comer. Me llenaba con enlatados. La costumbre de comer cosas diferentes no aplicaba en el barco. Inclusive el kiosco del segundo piso estaba vacío. Aunque alguna vez nos ha salvado.

Para nuestro alivia el clima refrescaba al llegar la tarde. Nos turnábamos para pedir agua caliente para el mate. Recuerdo la primera vez que fui a pedir. Uno de los ayudantes de cocina me atendió muy de mala gana. Con mi mayor amabilidad lo convencí de que calentara un poco de agua para mi, estaba muy ocupado y me puse a mirar en qué. Pude ver el momento exacto en que descogotaba a la gallina que sería la cena de esa noche. La misma comenzó a correr por el lugar aun viva con el cogote colgando. Esta escena y luego ver a todas las gallinas amontonadas en jaulas, hicieron que no pueda volver a comer lo que ellos preparaban. Hasta que se nos terminaron los víveres y el hambre no discrimina.


Pasábamos las horas contándonos anécdotas.

Niños Amish

Nos sorprendíamos de las personas que nos cruzábamos. Una familia amish estaba en el barco. Ellos eligen un estilo de vida sencillo y se aíslan del mundo exterior rechazando el uso de la tecnología moderna. Puedo imaginar la calma con la que viven. Sin la ansiedad que genera consumir tecnología. Conectados solo con el aquí y el ahora. Se veía en sus rostros tranquilidad. Sus ropas son particulares. Un estilo campesino con enteritos cuadriculados o de telas gastadas. Sus pieles blancas y ojos muy claros los diferenciaban de la mayoría. Los peruanos que son más bajos y de tez morena. Los amish usaban unos gorros de paja que hacían que resalten sus rasgos.

La noche refrescaba muchísimo en medio de la selva.

Pasábamos de vestir short y musculosa a busos y pantalón largo.

La primer noche en hamaca pase frio. No lo esperaba. Así entendí que debía acostarme sobre mi manta de abrigo para que el viento fuerte no pasara a través de mi hamaca. Recuerden que no teníamos reparo a los costados en el tercer piso. Funcionó las noches siguientes y debo confesar que es cómodo dormir en hamaca. Sin embargo hacer un reparo a los lados de nuestro pequeño espacio se volvió imprescindible.


La primer lluvia tropical.

Iván y Luci, luego de la lluvia. Tomando mate en el refugio.

El agua parecía caer de a baldes. Se extendió durante hora sin parar. Todo comenzó a mojarse. Rápidamente levantamos nuestras mochilas y bolsos poniéndolos dentro las hamacas. Iván tuvo una brillante idea. Sacamos algunas lonas que cubrían los autos que este barco carguero transportaba. Nos inventamos formas de agarrar la lona entre el techo, las columnas y el piso. Felizmente nuestro refugio funcionó. Sin embargo durante los 3 días y 4 noches tuvimos que ir haciendo algunos retoques.


Conocimos unos franceses.

La comunicación era difícil pero teníamos tanto tiempo libre que nos tomábamos el tiempo necesario para hacernos entender. No faltaron las risas. Nos enseñaron un juego de cartas que luego enseñaríamos a nuestros amigos. En una de nuestras reuniones, en el comedor ubicado en el segundo piso, uno de ellos nos llamó al "balcón". Así se conoce a los pasillos que rodean el barco. Vimos el espectáculo de delfines rosados que jugaban con nuestras linternas. Chillaban como divertidos. Jamás había visto criaturas así y su forma de interactuar me dejo gratamente sorprendida.


Los días de calor se hacían largos y nos estábamos quedando sin agua potable. El agua de las canillas del baño, al igual que la carga del inodoro y las duchas, eran agua del rio. Solo lavábamos nuestros tupper luego de comer. Su color amarronado daba bastante impresión. Creo que mas o menos al tercer día arribamos a un puerto. Agradecidos bajamos a comprar más agua y galletitas. Fuimos solas con Luci. Encontramos un comedor y una tienda bastante precarios. En el medio de la selva no pretendíamos mucho más. El precio de los consumibles era mayor que en la ciudad pero tampoco excesivo. No había más opciones. Recuerdo un grupo de hombres tomando cerveza y fumando en el comedor. Nos miraban como si fuésemos animales exóticos. Esto incrementó nuestras precauciones con la tripulación masculina. Sin dejarnos intimidar realizamos nuestra compra y volvimos al barco. Nuestro cometido estaba cumplido. Teníamos agua para hidratarnos. Sin embargo bañarnos era un problema.

No queríamos ducharnos en las duchas del barco con el agua del rio. Las personas lo hacían con total naturalidad pero no nosotras. Se nos ocurrió aprovechar el caudal de agua de las canaletas del ultimo piso que corría con las intensas lluvias. Nos pusimos nuestros trajes de baño. Nos costó bastante quedar tan descubiertas. No nos hubiésemos imaginado lo que ocurrió después. Al quitarnos las toallas los hombres no se inmutaron. Nos miraron por arriba del hombro y siguieron conversando entre ellos.

Disfrute tanto ese momento. El agua de lluvia refrescándome, suave y ligera. El intenso calor de la tarde quedó atrás. Iván, fiel a su tranquilidad, llegó varios minutos después a nuestras "duchas" improvisadas. Su apretado traje de baño marcaba sus atributos. Cargaba una toalla en su hombro derecho. Las miradas empezaron a acechar. Los hombres de la tripulación se turnaban para pasar uno tras otro por donde estábamos. El acoso se había dado vuelta. La cara de Iván se volvió de un rojo intenso. Rápidamente se ducho y secó para volver a ponerse su ropa. Pude observar en su mirada su incomodidad. Quedó atónito mirando a la nada por un par de minutos. Debo confesar que un poco me divertí con esta situación. También lo supimos aprovechar. La tripulación respondía encantada a sus pedidos. No creo que nadie merezca sentirse así. Sin embargo a veces hay que ponerse en los zapatos de otro para entenderlo. Nosotras nos relajamos y aprovechamos cada lluvia para estar lo más que podíamos con nuestros cuerpos bajo el agua fresca de lluvia.


El atardecer dentro del rio amazonas es demencial.

La selva amazónica intensamente verde, el ruido de los pájaros que sobrevuelan y el chillido de los monos colgando de los árboles. Una paleta interminable de colores ofrecen paz reflejándose en el agua, mientras el barco se mueve lentamente. Un día en particular luego de una intensa lluvia crecía de un lado al otro del río un arcoíris. Sin duda uno de los mejores atardeceres que he vivido. Siempre estaré agradecida a esta vida por tener la libertad para apreciarlo, de principio a fin, sin nada más importante que hacer.


El día que llegamos a Iquitos jugaba Argentina-Perú.

La tripulación no tenía intenciones de perdérselo. Navegaron a la máxima velocidad posible. Tardamos un día menos que lo habitual en llegar a Iquitos, capital amazónica del Perú.

Esa noche, al arribar, nos esperaba una pantalla gigante en la plaza principal. Con el triunfo de Argentina nos divertimos cantando nuestras canciones de la selección. Los peruanos brindaron por nuestra alegría.

Al día siguiente mi situación empeoró.

Comencé a sentir un fuerte dolor de panza que no me dejaba siquiera caminar. Los retorcijones en mi estómago eran cada vez más fuertes, levanté fiebre y estuve en cama varios días. No fue buena idea lavar los tupper con el agua del rio. Agradecida por haberme alojado en un hostel que en mi habitación, y solo en esa, tenía aire acondicionado. El calor afuera era insoportable y creo no hubiese podido resistir sin el fresco del aire. Luci me cuido con amor. No me alcanzará esta vida para devolverle su ternura. Estoy tranquila porque sé que estará a mi lado en las que vienen y podré compensar.

Debido al tiempo en que estuve en cama no pude trabajar. El poco dinero que habíamos llevado se nos iba rápido.


Al mejorarme empezó la diversión.

Comenzamos a aventurarnos en los alrededores selváticos. Nos transportábamos a diferentes puntos en económicas lanchas "colectivo". La forma habitual de transporte para la gente de la zona.

En uno de los puertos comimos gusanos del tamaño de mi dedo gordo de la mano. Me costo la idea ya que se podías verlos vivos, moviéndose de un lado al otro en enormes palanganas con agua. Aún vivos insertan cinco en unos palillos largos, como los de sushi. Luego los cocinan en unas parrillas y te dan la opción de comerlos con salsas. El gusto está bastante bien, podría haber hecho como hacían los lugareños y llevar más para comer en el camino.

Las excursiones a las comunidades originarias están valuadas en precios inaccesibles para mochileros. Sin embargo tengo la sensación que son medio un teatro que les encanta a los Europeos. Caminar por la selva: de esto se trataban la mayoría de los días.


Iquitos es una metrópoli rodeada por el amazonas.

Prostitución, embarazo infantil, pobreza, hombres ebrios por las calles. La droga corre impunemente en un mercado negro que venden hasta la madre. El libertinaje de la zona es bastante aterrador. En dicho mercado compramos, por recomendación de un chef colombiano, cola de cocodrilo. El plato con su particularidad estaba bastante bueno. La experiencia de compra no fue agradable.

La única forma de entrar y salir de Iquitos es en barco o en avión. Nuestro presupuesto estaba más adecuado para volver en barco. Tuvimos que vender alfajores para salir de la isla. Este había sido nuestro sustento durante largo tiempo en los demás lugares que habíamos visitado en Perú. Pusimos manos a la obra y salimos con nuestras bandejas. Cuando llegábamos al centro para vender los alfajores estaban casi derretidos. Recuerdo que la personas nos compraban por lástima. Unos hippies del hostel querían que les regalemos nuestro producto. Nos negamos rotundamente ya que ellos vendían artesanías y no les habíamos pedido un regalo. Por sus malas formas tampoco aceptamos trueques. Uno de ellos estaba hacia semanas allí sin pagar. La pobre dueña del hostel no sabia como echarlo. La bronca que me dio enterarme de esta situación. La impunidad del machismo. La impotencia por no poder confrontar con un borracho violento.

Durante una tarde vendiendo me encontré un hombre solitario sentado en un banco de plaza.

Luego de intercambiar unas palabras muy amablemente me invito a cenar. Por precaución le dije que la única forma en que aceptaría sería si también podía ir mi amiga. El señor acepto sin pensarlo. Al terminar de vender los alfajores nos acercamos a él, en el mismo banco de plaza y fuimos a comer pollo frito. Nos conto sobre su trabajo, se lo notaba muy cansado. Sus ojos tristes reflejaban soledad. No quisimos preguntar por qué sus hijos no estaban junto a él cuando se animó a hablarnos de ellos. Mientras comíamos una niña pequeña paso vendiendo unos peluches. Mi seño se frunció al ver que no estaba en situación de comprar cosas innecesarias. El hombre vio compasión en mis ojos. Compró un peluche que luego me regaló. Lo había juzgado por el lugar que lo rodeaba lleno de hombres abusivos y malintencionados. Sin embargo era tan solo un viejo solitario que quería compañía. Me dio su numero telefónico para que me comunique de otras partes del mundo. Me animó a seguir viajando y jamás volví a verlo.


La vuelta al continente.

Volvíamos al puerto de Yurimaguas. Viajamos mucho peor, por el cansancio y el barco que ya no era una novedad. El camino fué de cinco días. Lamentamos que no jugaba Perú ningún partido de fútbol para apurar el paso. Tampoco conseguimos lugar aislado del resto de los pasajeros. Sin embargo el barco iba mas vacío y pudimos en el segundo piso hacernos un lugar, así viajamos:

Una guardiana nos acompaño todo el camino.

Ladraba cada vez que alguien pasaba por nuestras hamacas. Gran protectora de nuestras pertenencias. Dicen que suelen robar en el barco aunque nosotros no teníamos casi nada de valor. Hemos querido negociar con el dueño de la perrita para quedárnosla pero no accedió, igual me quede con algunas fotos y muchos mimos...
















Desde el puerto de Yurimaguas tomamos un auto hacia el norte.

Nos dirigíamos al Ecuador. El viaje fue inolvidable. El auto estaba todo roto. Las ventanillas no se podían subir y aunque hacía calor hubiese sido bueno no tragar toda la tierra del camino. La ruta era en zigzag sobre las montañas. El viaje duró unas tres horas. Manteníamos el buen humor y las risas. En la radio sonaba cumbia peruana a todo volumen. La distorsión del reproductor y los agudos de los cantantes no eran buena combinación. Sin embargo nos quedará grabada por siempre la banda "corazón serrano". Una anécdota que merece ser el final de nuestra instancia en el Perú.

Las aventuras continuarán.

 

Y vos, ¿Te animarías a un viaje así? Gracias por leerme. ¡Hasta la próxima!

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