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  • Foto del escritorJuliana Galvan

MI VERDAD

No es humano estar siempre bien.


Mucho tiempo por mi cabeza pasó la idea de que viajar es sinónimo de felicidad. Esto me llevó a creer en que debía mostrarme feliz, aunque no lo estuviera. A eso me dedique los primeros meses de viaje. Tenia el corazón roto en pedazos y la cabeza sumergida en pensamientos oscuros. No lo mostramos en las fotos de las redes sociales pero decidí compartirlo con ustedes. Pienso en lo desgarrador que fue mostrar una sonrisa cuando quería llorar. Aunque probablemente este blog se convierta en un espacio de historias hermosas y felices es honesto contar que no siempre fue así. Si te pasa a vos que viajas o que estas pensando en hacerlo: no sos un extraterrestre. Al contrario, sos humano. Nuestra diferencia es ínfima con quienes también sienten emociones "negativas" desde la comodidad de su hogar. Expresarlo es una necesidad. El alivio es encantador.

Al leer mis borradores me di cuenta que la percepción de la realidad que tenia al comienzo de mi viaje estaba lejos de ser real. Sin intención de juzgarme quiero ser honesta conmigo misma. Escribía con la intención de no olvidarme nada de lo que me estaba pasando y escondí atrás de las palabras mis verdaderas emociones. Probablemente ni siquiera sabía que sentía, lógico a los 22 años ¿No creen?

15 de Julio de 2017: “Mi viaje comenzó en Rosario hace unos días por ser impuntual". Tomé el tren allí porque lo perdí en Retiro. Lo que realmente ocurrió fue una mala pasada de mi cabeza que provoco que no tome ese tren. Estaba atravesada por el miedo que me provoca estar dejando todo lo conocido. Sola y con los mandatos sociales cargados sobre mi espalda. En ese momento no entendía lo paralizador que el miedo podía ser. Ahora, varios años después, entiendo que sigo teniendo miedo pero que afrontarlo me hace sentir viva.

Continuaban mis borradores con lo agradable que fue ese viaje de 36hs en tren. Irónico ya que la mitad pase llorando y la otra durmiendo. No se quien esperaba que se lo crea. Escribí una anécdota sobre una mujer y su nieto. Estaban sentados cerca mío y pudimos conversar. Recuerdo observarlos juntos, amables, agradecidos de estar juntos. Escribía sobre la calidez de ese momento y escondía mi miedo a la soledad. Era la primera vez que me alejaba tanto de casa, sola. Me fui con la intención de dejar todo atrás y con un terrible miedo a perderlo todo. Pensarán: ¡Que contradicción! pero creo que tiene sentido. No creía merecer lo que estaba haciendo y me sentía totalmente incapaz de valerme por mi misma.

La vida otra vez me mostro por donde tenia que ir. Conocí a dos entrerrianas, muy agradables y amigas entre ellas de hacía años. Me aferré a ellas casi con desesperación. Luego entendí que sus gastos diarios eran elevados. Claro, estaban de vacaciones. A diferencia mío que mi dinero debía durar meses. Dejé de lado (aunque no por mucho tiempo) mi necesidad imperiosa de estar acompañada. Nos despedimos y nuestros caminos se separaron.

“Estar de viaje no es estar de vacaciones”, escribí. Pasaron meses hasta que entendí realmente el significado de esas palabras. Las vacaciones al terminar te devuelven al lugar de inicio. Viajar significa nunca volver atrás.

Yo no era la única que tenia miedo de que esté sola. Mi vecina, que ya llevaba unos meses de viaje, tampoco confiaba en mis habilidades de supervivencia. Ella me contactó con Nico (un fanático de la sencillez que vendía alpargatas por internet). Nos encontramos en la terminal de bus que nos llevaría a la maravillosa ciudad de Iruya. En el mismo bus conocí a Andrea. Me senté a su lado. Durante el sinuoso camino conversamos. Comenzaron sus mareos muy típicos de estos viajes. Por miedo a que me vomite encima le contaba anécdotas. Intentaba hacerle un favor a la vez que buscaba alguien con quien compartir. El hecho de que sea profesora me dio seguridad. La profesión de mi madre. Me aferre a ella con total seguridad y coordinamos compartir alojamiento. A su vez Nico conocía a otro chico oriundo de Córdoba en el mismo bus.

La noche en que llegamos nos esperaba sin conocernos un hombre en la terminal. Nos ofreció un lugar para dormir. Luego de conversar el precio aceptamos ir a verlo. No olvidaré los caminos estrechos de tierra colorada. Otras tantas con sus adoquines. Las casas a medio terminar pero pintorescas y particulares. Las estrellas iluminaban el camino y aún no había visto toda la inmensidad de ese lugar.

Al acomodarnos en el lugar decidimos festejar comiendo algo rico. Por primera vez había amasado pizzas. Siendo honesta para alguien que cree que nada puede hacer eso es un montón, pero mi inseguridad no me dejaba verlo. No era solamente el hecho de cocinar. Lo que sucedió allí es que tuve que invadir la cocina de la señora que nos alquilaba la habitación donde dormíamos. Las personas de montaña suelen ser distantes actuando con frialdad. No es tan fácil pedir utencillos de cocina o alguna cosa que pueda faltarte como sal. Con mi poca experiencia me gané la confianza de esta mujer. Pudimos conversar e intercambiar experiencias. Con el tiempo fui descubriendo que ésta habilidad es uno de mis valores más preciados. Los días en el norte Argentino llegaban a su fin y mi historia recién había comenzado.

No intento victimizar a la chica que fui unos años atrás. Siempre fui inteligente pero mucho tiempo después llegó la comprensión de lo que estaba atravesando. Solía desviar mi atención a cosas minúsculas o a recordar con melancolía lo que dejaba en el camino. Esta fue una forma de hacer que duela menos el cambio de vida repentino que transitaba.

Ciudad de Villazón, Bolivia, frontera con ciudad de Quito, Argentina: “un lugar no muy lindo” - escribí.

¿Qué intentaba contar? ¿De qué intentaba convencerme? Mi paso por ese lugar fue una de las peores decisiones. Cruzar de noche un pueblo fronterizo sin ninguna reserva de hospedaje. Me sentía observada, vulnerable, minúscula. Había una realidad paralela en esos escritos ya que no era sincera conmigo misma. No me juzgo: cada uno ve la realidad que puede afrontar.

Al tiempo en Bolivia decidí, en el Ojo del Inca, ir a un lago insípido a pocos metros del suelo y escribí: “disfrute de estar conmigo misma”. Me comenzaba a encontrar. Afrontar mi decisión y reconocerme en mis errores y mis defectos. Al ver mi reflejo en el agua no estaba segura de quien realmente era. Me estaba buscando. Ahí estaba yo, conmigo misma, sin entender realmente que eso era lo que hacía.

En los borradores continué describiendo lugares y personas que quizás no vuelva a ver en mi vida. Lo único que refleja lo que sentía en ese momento está al final de todo, en letra mas pequeña como escondida: “extraño a mamá”. Estaba aferrada aún a no ser autosuficiente. Sin embargo ese poquito de luz empezó a brillar en mi pudiendo expresar sentimientos.

Lo que escribía era lo que intentaba creer o crear . Este es el poder de la escritura. Es como nosotros contamos nuestra propia historia lo que nos construye. Hoy comprendo que quiero construir mi historia siendo sincera con mis sentimientos. La forma en que la recuerdo haberlo vivido va de la mano con mi sentir de ese entonces. No puedo desprenderlos. No me permito convertirme en una maquina, no lo era entonces, no lo soy ahora. Eso no hace de mi experiencia menos maravillosa, al contrario: la hace más humana. Para entonces creía que algún día todo volvería a ser como antes. Isla del Sol, Copacabana, Bolivia. Un perro apareció repentinamente en la habitación en la cual me aloje esas dos noches. “No quería estar solo y creo que intuyo que yo tampoco”, me atreví a escribirlo. Toda la noche me estuvieron llamando mi mejor amigo, mi hermana y mi ex. Se habían juntado a cenar. No los atendí. En ese cuarto a oscuras la tristeza y melancolía me invadieron. Temía de pensar que si ese perro entro tan fácilmente cualquiera podría hacerlo. Me sentí desprotegida. Quría teletransportarme a cenar con ellos, mi lugar seguro, mi zona de confort. Llore un largo rato y me dormí. La suerte no me ayudaba (o quizás me hacia fuerte). Al intentar salir de la isla no había lugar en el bote. Terminé viajando acinada en un bus sin puerta ni ventanas. Repleta de tierra y temiendo por mi vida, de lo cual no hago ni una mínima mención en mis borradores. Si escribo sobre una viejita campesina corriendo a los cerditos que se le habían escapado. Todos perseguimos cerdos alguna vez, no se que me sorprendió tanto.

La confianza comenzó a aflorar en mi pocas paginas después. Luego de subir la montaña Machu Picchu escribí: “me sentí muy bien conmigo misma” . Era verdad, comenzaba a ser(me) honesta. Supere las adversidades y logre lo que me había propuesto. Atrás de las fotos de hermosas ciudades, playas, montañas y ríos está la persona que las toma. Estamos hechos de estos momentos tanto como de los malos momentos. Somos un sin fin de emociones y sentimientos. No deberíamos querer taparlos con brillantina. Muchas cosas pasaron luego de esos días pero lo que llevo conmigo siempre será el sentir. No importa si ese sentimiento no se relaciona con la expectativa del momento. No estamos programados. Debemos permitirnos simplemente ser ya que de esta forma todo es perfecto. Cada cosa que pasó tenia que pasar. Aprender, experimentar, conocerme y conocer a los demás. Todo me ayudó a saber lo que soy capaz de hacer. Aprendí la necesidad de mutar, crecer, evolucionar porque lo que se estanca se pudre.

Mi valor fue atreverme a atravesar mis emociones en nuevos lugares. Esto implica nuevos desafíos. Aprendí así a valorar mucho más a quienes me rodean pero sobre todo a darle valor a mi sentir.

y vos, ¿te animas a sentir?

 

¡No dudes en escribirme! Quisiera conocer lo que hay más allá.

¡Hasta la próxima!



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