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  • Foto del escritorJuliana Galvan

Un lugar para volver.

Vivir en lugares donde el trabajo y la economía no son un problema es encantador. Un viaje que conecta el entendimiento del estilo de vida que nos propone este sistema con mi eterna introspección.


La quietud del mar al amanecer. Lahaina, Maui, Hawaii.

El trabajo está sobrevalorado.

Le damos demasiada importancia a algo que no nos reditúa lo suficiente. Teniendo en cuenta lo que nos quita, nuestro tiempo. En Hawaii encontré un hermoso balance. La fortuna de existir sin la presión del dinero es una sensación que, para una bonaerense promedio, es un lujo. Durante años de mi vida creí que no existía esa posibilidad. Crecer sabiendo que adquirir bienes era tan complejo es frustrante. Dedicar tanto de nuestro tiempo a un par de zapatillas, un absurdo. Por ese motivo durante mi adolescencia fui "rollinga" (una hippie que escucha rock nacional argentino). Parte de una "tribu urbana". Mi deseo perseguía los momentos que el rock propone: música, amigos, alcohol. Por otro lado, era un claro ejemplo antisistema. Nos vestíamos siempre con la misma ropa, que nos caracterizaba. Eso nos hacía sentir "diferentes", nos gustaba y no nos significaba un gasto excesivo. Entrando en la adultez todo cambió. Quería tener dinero para vestirme y tener las cosas que nos dicen "tenemos" que tener. Gran tema de discusión con mi primer novio. Y con los siguientes. La posibilidad que me dio el privilegio de la delgadez y una belleza hegemónica me permitió siempre estar de novia. En algún punto esto alivianaba mi economía. Ellos ganaban buen dinero que deseaban gastar conmigo. ¿Y el feminismo? puedo escucharlos pensar. De a poco metiéndose en mi piel. Tanto que ahora, más de diez años después, entiendo que en ese momento cumplía con el roll dado por la sociedad a las mujeres. Ser el trofeo de un hombre protector. Como lo eran mis antecesoras. Buscando sobrevivir, salir de la pobreza, de la única manera posible: en pareja. No es casual que todas, en algún momento de nuestra vida, busquemos lo mismo. Con este entendimiento hay muchas cosas por hacer, negar su existencia no es una de ellas. Aunque creamos que quedó en la historia, para la humanidad no ha pasado tanto tiempo. Los roles de género están muy presentes. Diría hasta metidos en nuestro ADN.

La información es poder.

Como todo lugar imperialista la información en los EEUU llegó siempre antes. Más poder económico para las investigaciones y todo lo que eso conlleva. No es casual que las personas que leo en español citen textos en inglés. En fin, esto me hace pensar que la emancipación de la mujer y la libertad que propone este lugar es más sencilla. Es verdad que nosotras, en general, migramos para seguir ocupando nuestros roles dados. Por ejemplo, yo trabajo limpiando. Siempre al servicio. Ahora de millonarios que te quieren pasando el trapito en sus mansiones que habitan pocos meses del año. A lo que voy es que aquí es fácil vivir por una misma. No sentís la necesidad en absoluto de tener que unirte a la riqueza de alguien más para poder cumplir tus objetivos. Cuando digo riqueza se imaginarán a mis ex-novios millonarios. Irrisorio porque son igual de humildes que yo. Pero cumplían con el rol social impuesto a los hombres. Producir, generar dinero, ser proveedores. Más dinero del que yo podía generar en ese momento. Mi inexperiencia y juventud me dejaban en total vulnerabilidad.

Siempre supe que había algo más.

Creo que interesarme en la historia me dio esa curiosidad. Lejos de saberla a través de los libros de escuela se la he preguntado a los que estaban en política en los 70's, mis tíos. Resulta que hay un bando colonizador y uno colonizado. Eso despertó en mi la necesidad de saber cómo vivían a partir de haberse robado toda la riqueza de nuestro pedacito de mundo. Viven así, como estoy sabiendo experimentar: con libertad económica. Los que toman decisiones siguen siendo los varones. Sin embargo, el hecho de poder sustentarme por mí misma es un montón. Teniendo en cuenta los datos de violencia económica que manejan los países latinoamericanos. Una de las más comunes (y menos cuestionadas) entre las violencias de género.


Mentalidad proyectora.

Muchas de las conclusiones a continuación fueron creadas a partir de un curso de "humanandcosmic" dictado por Nicole. La recomendación de una bruja y mi impulso de siempre buscar conocerme un poco más.

Es la primera vez que estoy en un lugar del que no me quiero ir y al que pienso en volver. En la isla de Maui, Hawaii, me encontré a mí misma. El estilo de vida me parece amable con mi energía. Lo puedo ver, lo puedo sentir. Entendí hace tiempo que no puedo seguir la rueda que el sistema nos propone. Asumí que era disruptivo, quizás lo es. Pensé que me pasaba solo a mí. Me sentí juzgada como vaga, inútil y tantas otras cosas. No alinearme con este modelo. Que no me sea genuino. Creo que para nadie lo es. No nacimos ni vinimos a este mundo a producir como si fuésemos maquinas. Sin embargo, entendí que hay personas que tienen la energía para hacerlo y otros que no la tenemos. Necesitamos más tiempo de ocio, recreación y conexión con la naturaleza. En nosotros queda la valentía de seguir ese impulso motor o querer adaptarnos a lo que no nos propone el sistema. En Maui mi energía se mueve limpia, sin dolor. Trabajo lo suficiente para no cansarme. Gano dinero que me alcanza para perseguir mis sueños. Tengo todo mi tiempo a mi disposición. También, la naturaleza a mi alrededor. Una gran montaña verde se visualiza del patio de la casa donde vivo. En el fondo de la misma hay un venado que algunas noches se acerca a comer de los árboles de fruta de la casa. Con solo caminar cinco minutos estoy en la orilla del mar. Lo antecede un parque lleno de palmeras. De frente otra isla, con una gran montaña. También muy verde. He visto fascinantes atardeceres. El de ayer fue uno de los mejores. Esos que no necesitas anteojos para mirar fijo al sol. Era una bola enorme color amarilla. Su redondez se visualizaba a la perfección. Me senté con mi mate y un sándwich de salame, queso y mayonesa. Como comía mi viejo cuando volvía de trabajar. Fue una cita con mi niña interior. No hice más que escuchar música y ver el espectáculo que la naturaleza nos regala. Un neoyorkino se acercó a mí. Me preguntó que estaba tomando. Le explique que es una bebida típica argentina. Lo invite a probar. Le gustó. Está de vacaciones. Me dijo que le encantaba ver mi expresión de calma. "Sentada con tu té viendo el atardecer, das mucha paz", dijo. Así me sentí. Así me hace sentir Maui. Al contrario de lo que me pasó toda la vida en la gran ciudad. Allí me sentía un bicho raro, no encajaba. Me gusta poder ser. Poder sentirme yo misma. Inclusive me trato más amablemente. Me sorprendo dándome respuestas compasivas. Me digo cosas que le diría a mis amigas cuando algo no sale como quieren. Me muevo porque a mi cuerpo le hace bien. Elijo alimentos saludables por decisión de mi cuerpo. También me doy el permiso de comer delicias porque tengo ganas de hacerlo. Sin reproches, sin culpa, sin auto-tortura. Si un día no quiero leer o escribir, me lo permito. Así como no hago nada que no quiera hacer. Mi rutina fue creada por mí, para mí. A mi ritmo, con mis tiempos genuinos. No movería una pizca de ella. No negociaría cada mañana de escritura, lectura y yoga. A menos que sea para ir bien temprano a la playa a pasar el día. Un día entero entrando y saliendo del mar. Nadando, tomando sol, leyendo. Comiendo fruta, con suficiente agua. Uno de esos días donde puedo sentir a que vine a este mundo: a disfrutar. Darme cuenta de que no necesito esforzarme para que las cosas sucedan me abrió un mundo de posibilidades. Dejar que el universo me traiga lo que es para mí. Conectar con mi autoridad de decidir si esto que viene a mí es lo que deseo o no. Descartar o aceptar, según mi propio criterio.


Agua salada, inmensidad.

Lo aprendido en esta isla son lecciones que me llevaré para siempre en mí. Estaré agradecida por el resto de mi existencia. Volveré para conectar cuando vea que estoy perdiéndome a mí misma. Espero que eso no vuelva a suceder. Pero encontré el lugar donde puedo ser yo misma. Encontré un ritmo de vida a mi ritmo. Que sabía era cerca al mar. Siempre lo supe. Lo dije desde mi primera experiencia viviendo en un pueblo costero. Este lugar, sin embargo, tiene algo diferente. Algo más fuerte. Algo que me conecta aún más.

Me acompaña en este despertar una guía espiritual: Carla. La imagino riendo con su risita aguda al leer esto. Imagino sus burlas al leer "guía espiritual". Puedo escuchar sus palabras "¿A quién voy a guiar yo, forrita? Si estoy loca y totalmente disociada". A mí. Esa es mi respuesta. Carla me conecta. Me conecta con lo que me rodea. Me hace prestar atención a los animalitos más pequeños. Me hace mirar sus plantitas crecer. Me dice que hay que perseguir los latidos del corazón y los impulsos. Su historia de vida me cautiva. Carla llegó a Hawaii hace más de treinta años persiguiendo a un amor y se enamoró de la isla. Dejó atrás los mandatos de su época. Fue criticada, juzgada, apuntada. Siguió mirando su propio ser. Se permitió ser diferente. Se permitió ser. El brillo en su blanca piel me habla de una vida bien vivida, una vida real. Aun teniendo la posibilidad de una vida resuelta en Rosario, su ciudad de origen. Sus padres podían darle todo lo que necesitaba y más, aun así, eligió su libertad. Carla es el reflejo de mujer que espero tener la valentía de ser. Una mujer que no teme a estar sola porque está consigo misma. Ella dice estar con sus amiguitos (animales que alimenta y cuida). Puedo verlo, estar con ellos es estar consigo misma.

Habitando el presente.

Estoy en un lugar inspirador. Me desperté en una habitación de ventanales altos. Unas cortinas blancas muy finas dejaban entrar la claridad de un nuevo día. 6.30 am. Nunca me había despertado tan feliz y tan temprano. Creo que es un hábito que quiero quedarme. Me gustan mis mañanas. Es un gran momento para estar conmigo misma. Estoy en Haiku, un pueblito en la isla. Nunca me imagine estar aquí. La casa tiene un deck amplio en el primer piso. En el mismo hay un juego de sillones y una mesa comedor con varias sillas color celeste. El resto es de madera. Estoy sentada en un sillón, en pose de indio. Sostengo mi computadora en mis piernas y me cebo un mate cada tanto. Picha se acaba de despertar. Me vio escribiendo, me dejo sola. Amo las personas que entienden los momentos de los demás. Que gran regalo. En frente mío hay un gran parque. Donde finaliza puedo ver una línea amplia de palmeras, algunas más grandes, otras más pequeñas. En el horizonte, el mar. Azul profundo que hace un contraste exquisito con el celeste clarito del cielo. Algunas nubes acompañan el paisaje. A la izquierda las típicas montañas de Maui, que podes ver desde toda la isla. El mundo hoy es un lugar seguro, un lugar feliz. Está repleto de paz y prosperidad. Tiene el encanto de respirar vida. Tiene la dulzura de existir serenamente.

Picha, quien en este momento se sentó a mi lado con su libro, fue quien me mostró en un principio que todas las respuestas están dentro mío. Lo escribí antes. Ella hizo que escuche a mi cuerpo al tomar la decisión de venir a Maui en vez de quedarme en California. La admiración que eso me dio me incitó a conocerla más. Picha está cuidando su energía. Me dijo que no se comparte con quienes no vibren como ella. Al verla brillar entiendo que tenerla hoy a mi lado es producto de mi propio brillo. Saber que un alma tan especial está en la misma sintonía que yo me da paz. Saberla descubriendo las profundidades de su ser me da orgullo, me llena de emoción. La escucho en sus dudas, intento generarle más preguntas que le abran puertas que ya no tienen cerrojos. Nos acompañamos desde el corazón.

La mujer que siempre me acompaña.

Me hace feliz estar en este momento conectando también con mi cuerpo. Las clases de yoga han sido un descubrimiento expansivo. Puedo sentir como el ejercicio se alinea con mi energía. Ya no pesa, no duele, no lastima. Es acorde con lo que necesito. Me da la dosis exacta de esfuerzo. Inhala, exhala. El estar pendiente a mi respiración me ayuda a conectar con el momento presente. Un presente digno de ser vivido. Esta actividad me acompaña durante todo el día. El poder de la meditación activa. Era lo último que me faltaba, conectar con mi cuerpo desde el movimiento. He podido aprender sobre mi descanso necesario. Sobre mi falta de energía para la productividad que el sistema nos propone. Sobre mi propio camino en cuanto al trabajo. Me faltaba una pieza que acaba de encajar perfecto. Es que siempre supe que el deporte en equipo, el handball, es algo que me hace feliz. Solo no podía encajarlo en mi estilo de vida viajero. El yoga, me lo puedo llevar a todos lados. Es que no dependo de alguien más ni necesito elementos. Es mi cuerpo y yo. Es un suelo llano donde hacer las posturas. Es todo lo que necesito para elongar mis partes tensas. Otra forma de entender que soy contracción y expansión. Como las medusas. Darme la posibilidad de entenderme por completo. Sin dependencia, sin necesidades externas. Saber que soy capaz de darme todo lo que necesito, sin más. Agradecerme cada día por eso. Sé que continuar por este camino es la única opción posible. Es que no sabe de retrocesos, no sabe de desvíos. Solo va hacia el lugar infinito que sabe ir: hacia mí misma.


Hasta pronto Maui.

Desde el volcán Haleakala podes ver el mejor atardecer del mundo. Uno de los imperdibles de la isla. A mí me hizo ver que las sonrisas reales son inevitables cuando estás en plenitud. La misma que sentí haciendo el Hana Road y acampando en Lahaina. Camila y Valentina son mis hermanas en este viaje. Compartimos la aventura, exploración, y placer de descubrir. Nostalgia. Es un hasta luego, estoy segura. Sin embargo, la felicidad que me ha dado esta isla es inmensa. Puedo sentir esta conexion con la naturaleza que me conecta al instante con mi propio ser. Nunca estuve tan alineada conmigo misma. Entiendo que me gusta, que no. Entiendo que quiero con facilidad. Puedo leer mi estado de ánimo y mi cuerpo. Todos los días son hermosos en mi compañía. Además de haber conocido personas que están en la misma alineación. Es un poder muy grande que tiene esta isla. El poder de la naturaleza. Un placer de existir que es inevitable viviendo en el medio del océano pacífico. No podía ser de otra manera. Como en todos lados se dice que el lugar te recibe o te rechaza. Aquí estoy yo, siendo abrazada. Cada vez con más intensión, cada día con más satisfacción. No hay abrazo más acogedor que este. Es un auto-abrazo. Porque la isla te da la energía que te permite abrir tus propias puertas. Las puertas de la abundancia. Si sabes intencionar con amor y sabiduría todo es recibir. Sabiduría que no precisa de maestros. Es una sabiduría interna, algo que nace de lo profundo de nuestro ser. Es un poder que todos tenemos. El poder de saber que es lo mejor para nosotros. Lo que funciona para nosotros. Lo que nos hace bien. La única posibilidad es la abundancia. Agradezco estar viviendo este proceso a mis cortos veintiocho años. Ser consciente de todo esto teniendo toda una vida por delante. Al día de hoy me propongo vivirla lento. Con ganas de existir. De explorar cada segundo. De estar presente. No quiero perderme nada de lo que esta vida tenga para darme.

Entre nostalgia y entusiasmo, puedo sentir que algo me espera en Nueva Zelanda, mi próximo destino. No sé qué es ese algo, simplemente lo siento. Hay un descubrimiento especial. Cuento con las herramientas para reconocerlo apenas se me presente. Es algo difícil de explicar. Porque no tiene cara, no tiene nombre. No sé qué es simplemente sé que será. Es algo que me espera. Algo que va a destrabar en mí una abundancia aún más poderosa que la que saboreo en este momento. Estoy ansiosa por descubrirlo, pero, como dije, no quiero perderme ni un segundo de este momento.


 

Siempre gracias a quienes me hacen llegar sus opiniones y sentimientos al leerme. Poder transmitir emociones nos conecta. ¡Hasta la próxima!

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