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  • Foto del escritorJuliana Galvan

UNA RUTA MUCHOS MAESTROS

Tardé dos días en llegar al Glaciar. Recorrí a dedo casi 2000 kilómetros de ruta. Conocí la casa de Cristina Fernández de Kirchner. Admiré paisajes alucinantes. Nada de eso fue lo mejor. Acompañame en esta ruta.

Una chica sobre un glaciar
Sobre el Glaciar Perito Moreno

Vivir en la nieve.

A poco de comenzar el invierno del 2019 en Argentina decidí ir a hacer temporada al sur. Motivada por una amiga de viaje, Paula. Hacía poco había vuelto a mi país de origen. Ya necesitaba moverme. No es fácil re-adaptarse. Aunque hayas vivido una vida allí. Todo parece igual. Sin embargo uno cambia mucho cuando viaja. Sobre todo de intereses.


En Bariloche me recibieron los dueños de un hostel.

Dos pibes jóvenes que se cansaron de su trabajo de oficina y compraron una casa antigua. La reformaron. La hicieron hospedaje. Habíamos pactado trabajo por cama. Yo hacía todos los días la limpieza de las habitaciones. Luego, iba a trabajar por fuera. No me costó adaptarme a la nieve. Aunque dormía mucho. Un poco el frio y otro poco el cansancio de trabajar todo el día.

Era uno de esos momento de mi vida que me encantan. Donde no estoy segura de qué pasará después. Dejando que la vida me guíe. Viendo donde ir sobre la marcha. Jugando a descubrir. Dándole al destino el protagonismo. Junté dinero durante algunos meses. Terminó la temporada.


Me propuse viajar hasta El Glaciar Perito Moreno. La joya de El Calafate.

Invité a una de las chicas del hostel a que viaje conmigo. Entre dudas me terminó diciendo que no. En su momento me contó un chisme. Parecía que a uno de mis jefes yo le parecía aburrida. Supongo que porque no iba a esquiar el cerro cada día que tenía libre. Confirmo que desde los privilegios uno mira un poco tuerto. Por si no lo saben el cerro no es accesible para un trabajador promedio. Como yo, que servía mesas y limpiaba habitaciones. Pero el dueño de un hospedaje llamaba a esto 'ser aburrido'. Quizás por este motivo a la chica no le pareció buen plan hacer conmigo 2000 kilómetros. Quizás no le parecía tan divertido. Creo que la diversión es relativa. A continuación les cuento este viaje. Ustedes juzgarán si les parece aburrido. A mi seguirá sin importarme. No vine a este mundo a agradar.


La cabaña en el bosque

Paula se tomó unos días en el laburo y me acompaño durante el primer tramo de ruta. Fuimos a dedo hasta El Bolsón. Allí nos esperaba Antu. Un chico que vivía con sus padres en una cabaña dentro del bosque. Nuestra estadía fue maravillosa. Comida vegetariana. Música y artesanías. Compartimos experiencias de vida. Los padres de Antu son artesanos. Hippies de los 60'. Personas simples. De puro corazón. Con una biblioteca de poesía. No queríamos irnos. El fondo de la casa era el río. Estaba un poco alejada del centro. Aunque no importaba. Salir a la ruta nos daba la libertad de esperar un auto que nos alcance. Así hicimos el Cajón del Azul y algunos trekking más. Todos por caminos alternativos que Antu conocía como la palma de su mano. Luego de una semana Paula debía volver a Bariloche. Yo seguí viaje. Esta vez sola.


Desde El Bolsón hasta Rio Gallegos

Me desperté muy temprano por la mañana. Hice varios kilómetros ese día. Bajaba de un camión para subir a otro. Escuchando historias de los conductores. Compartiendo mates y risas. Llenándome del paisaje increíble que el sur argentino propone. El viaje comenzó en la ruta 40, luego me desviaría hacia la ruta 3. Por recomendación de unos cuantos. Resulta ser la ruta que usan los camiones. Es más transitada y fue la que me llevó hasta Rio Gallegos luego de 1600 kilómetros de ruta.

En el primer tramo fui hasta Esquel con un militar retirado. A pesar del prejuicio que tengo hacia la profesión fue un ser dulce y amable. Me manifestó su miedo al verme sola en la ruta. Tiene una hija de mas o menos mi edad.

- 'No dudes en llamarme, conozco mucha gente en el sur. No estés sola. Cuidate.'- me dijo previo a bajarme de su camioneta, entregándome un papel con su número telefónico. Como lo hace la vieja escuela.

Aún sobre la ruta 40, en la entrada a Esquel, me levantó una camioneta. José y Fede eran padre e hijo. Comerciantes. Llevaban cerveza de un pueblo a otro. La camioneta estaba llena de barriles y latas. Me gustaba verlos conversar. Tenían una complicidad característica. Se notaba que pasaban tiempo juntos. Disfrutaban de acompañarse. Nos reímos los tres. En el sur los tramos son largos. Me dejaron en la intersección de la ruta 40 y la 26. Esta ultima luego conecta con la ruta 3 en Comodoro Rivadavia.

No había nadie. Me encontré parada en el medio de la nada. Sola. El viento me pegaba en la cara. Hacia frio pero el sol reconfortaba. Me gusta la sensación de estar en la ruta. No tener más que hacer que mirar el paisaje. Estar atenta si alguien viene pero despreocupada. Hasta que pasaron varios minutos. Advertí que no pasaban autos. El paisaje era árido. Podías ver, como en el lejano oriente, esas bolas de paja arrastradas por el viento. El sol comenzaba a esconderse tras la montaña. El devenir de la noche me preocupó. Me empecé a cuestionar mi decisión de bajar allí. No había refugio. No había nada. A lo lejos vi que se acercaba un auto levantando tierra. A baja velocidad. Mientras mantenía mi pulgar en alto pude ver en su interior a dos personas. Una mujer bastante mayor y un hombre de unos 40 y tantos. Mi cara de desesperación los habrá conmovido. Frenaron. Me acerque corriendo al auto. Les pedí si me llevaban al próximo pueblo. Asintieron. Al subir me preguntaron qué hacía sola allí. Les pareció una locura. Eran gente de pueblo. Vivían en Facundo. Iban a Sarmiento a hacer compras. Su pueblo tenía algo de 300 habitantes. En Facundo no había muchas opciones para comprar comida. Lo que había era más caro que en otros pueblos más poblados. Hacían esa ruta una vez cada tanto. El sol tras la montaña. Sin embargo todavía quedaba un rato de luz. Llegar a Sarmiento me relajó hasta que empecé a ver que era un pueblo de estancieros. Gente que cría caballos. Adinerados del campo. No había hostel ni demasiadas opciones de alojamiento. Al menos no acorde a mi presupuesto. Di vueltas durante un rato buscando donde pasar la noche. El costo de las habitaciones me era imposible. En uno de los hoteles pedí la clave de Wi-fi. Le comenté al recepcionista que buscaría en Booking.com algún hostel o pensión. Conversamos sobre mi viaje. Su nombre era Pablo. Me indicó que lo que buscaba era imposible. Lo corroboré mientras miraba mi teléfono. Pensaba donde pasaría la noche. No pagaría una habitación de hotel. El chico me observaba. Era el dueño del lugar junto con un socio. Me dijo que me ayudaría. Tras varios intentos de comunicarse con su socio soltó un suspiro. Sosteniendo mi cabeza en una de mis manos me resigné.

- No debería tomar decisiones sobre el lugar sin consultarle a mi socio... - me dijo Pablo con cara de decepción

- No te preocupes, me ayudaste un montón con el Wi-fi. Gracias Pablo. - le conteste mientras levantaba mi mochila de viaje del piso y me disponía a seguir mi camino. Pablo me preguntó cuánto podía pagar. Era un tercio del costo de la habitación que me dio ¡Qué placer esa ducha! Una cama de sábanas blancas. Un televisor de pueblo. Puros canales de noticias. Nada para ver. Me comunique con mi familia diciendo que todo estaba bien. Me dormí temprano. Estaba cansada. Muchos más kilometros de ruta tenía por delante el día siguiente.

Me levanté al mismo tiempo del sol.

Gabriel acepto llevarme. Un camionero chileno de más de 50 años con dos hijos adolescentes. Estaba estacionado en la estación de servicio. Lo vi apenas llegué a la ruta. Como si me estuviera esperando. Hicimos algunos kilómetros charlando. Me contó que a pesar de tener un buen sueldo se le iba en créditos para la universidad de sus hijos. Así se nos pasó la mañana y poco antes del medio día bajamos a almorzar. Es encantador comer en los paradores de ruta. La comida es abundante y económica. Dentro de los comedores solo hay hombres. En general camioneros. Al verme entrar se sorprendieron. Nos observaron durante varios minutos. Pedí una milanesa a la napolitana con puré. Estaba increíble. Gabriel pidió vacío. Dice que le gusta cómo cocinan la carne los argentinos. No me dejó pagar la cuenta. Me dijo que la próxima yo invitaba. Volvimos a subir al camión. Llenos. Satisfechos. Eran pasadas las 13 horas. A pesar de haber dormido bien en el hotel, me sentía cansada. Quizás porque me había levantado temprano. Quizás por los kilómetros recorridos el día anterior. Muy probablemente por la panzada en el parador. Tras varios bostezos Gabriel me propuso dormir mientras él conducía. Los camiones de larga distancia chilenos son mini apartamentos. Tienen cama de una plaza y media, cocina, heladera, cómodas para guardar ropa, bajo mesadas y mesa de luz. Todo esto lo descubrís al correr la pesada cortina que divide las butacas y 'el dormitorio'. En principio me negué. No me parece lo más apropiado dormir ya que los conductores te levantan de la ruta para charlar y pasar el tiempo. Gabriel me dijo que él lo hacia para ayudar. No le preocupaba manejar estando sin compañía. Tras 30 años arriba del camión estaba acostumbrado. Al final me convenció. Me propuse descansar un rato. Me recosté en la cama. La comodidad y el balanceo del camión en movimiento me hicieron dormir enseguida. Soy buena para dormir. Tan buena que me levante sin saber donde estaba. Fue un sueño profundo. Abrí la cortina. Gabriel con una mueca de sonrisa me preguntó:

- ¿Dormiste bien? -

- Si, gracias ¿Dónde estamos? ¿Qué hora es? - Cuestioné con la almohada aún pegada a la cara.

Habían pasado exactamente 4 horas. No sabía cómo pedirle disculpas. Me sentí avergonzada por haber dormido tanto. Le dije que no me desperté en ningún momento. El hombre reía. No le importó.

- Estabas cansada, no te preocupes - me tranquilizó -. Voy a parar en la próxima estación de servicio a tomar un café y leer un rato, ¿Sabes? -

A pesar de que Gabriel seguía hasta Rio Gallegos, mi lugar de destino, nos despedimos al llegar a la estación de servicio. Yo había descansado suficiente. Era conveniente seguir viaje. Las distancias son muy largas en Argentina. Todavía tenía 300 kilómetros de ruta. Le agradecí a Gabriel su amabilidad y encaré al baño de la estación de servicio. Un chico salía con su termo en la mano. Al lado están los típicos dispenser de agua caliente para el mate. Me di cuenta que estaba con otro chico que lo esperaba apoyado en la puerta del conductor de un Renault. Se cruzaron nuestras miradas y me saludó tímidamente. Mientras me lavaba la cara y las manos tenía la imagen del chico en la cabeza. Algo vibraba dentro de mi. Me apuré a salir del baño. Estaban por entrar al auto. Me acerqué. Les comenté que iba a Rio Gallegos. Les pregunté si también iban allí y si me alcanzaban. Me dijeron que el auto iba cargado con equipos de música. No habría lugar. Les dije que no había problema, que gracias. Aunque estaba bastante justa con el tiempo sabía que esa ruta terminaba en Rio Gallegos. Todos quienes pasaban por allí iban a mi lugar de destino. Era cuestión de preguntar a alguien más. Me comencé a alejar lentamente.

- Espera, espera... voy a intentar hacer lugar. - dijo el chico que se proponía a conducir.

Le dije que no se preocupe. Entendía que era una tarea engorrosa. Empezó a mover todo de adentro del auto. Lo acomodó como un Tetris. Dejo un espacio en el asiento trasero donde solo entrabamos mi mochila y yo. Fuimos charlando todo el camino. Juanjo y Seba eran músicos. Ambos se emocionaban con mi historia. Decían que les encantaría animarse a hacer algo así. Yo los alentaba diciendo que con su arte podrían sobrevivir donde quisieran. Hicimos 300 kilómetros compartiendo historias de viajes. La buena onda. La música. El arte. Viajar. Entre risas, mates y bizcochitos de grasa el tiempo voló. Son de Piedrabuena. Un pueblito del sur. Iban a Rio Gallegos a un evento donde Juanjo pasaría música y Seba cantaría. Me preguntaron donde me dejaban. Les preocupó saber que dormiría en casa de un hombre que no conocía. A través de la aplicación Couchsurfing me contacté con Hernán. Tenía buenas recomendaciones. Intenté explicarles lo que esto significa. Es la forma de saber cómo la pasaron otros viajeros en el lugar. Lo huéspedes clasifican al dueño de casa y escriben su experiencia. No tuve éxito. El sol cayó en la ruta. Un atardecer dorado. Sin ninguna nube. Entramos a Rio Gallegos con las luces de la ciudad encendidas. Les dije que me dejaran en cualquier parte. Yo buscaría el departamento de Hernán. Ya habían hecho mucho por mí y no quería demorarlos.

- ¿Comiste? - me preguntó Seba

- Al medio día... - respondí

- Veni con nosotros -

- Si, veni con nosotros - Insistió Juanjo

Les parecía una idea increíble que los acompañe a su show. Me dijeron que también después me llevarían al departamento. Así se quedarían más tranquilos. Sabrían donde estaría. Sabrían que habría comido. Lo llamé a Hernán explicando que llegaría mas tarde. Me dijo que no había problema.

Entramos a un salón de eventos en el centro de la ciudad. Era una reunión de docentes de la región. Me emocionó que tengan la misma profesión que mi madre. Me hizo sentir segura. Me divertí muchísimo. Sin buscarlo estaba comiendo empanadas y tomando Fernet en la barra de un evento. Desencajaba entre los vestidos de gala de todos. Mi pinta "mochilera" resultó extraña a algunas miradas, sin embargo nadie parecía molestarse. Estaba contenta de estar allí.

En el medio de su show Seba, un gran animador, comenzó a contar mi historia.

- Trajimos una invitada especial. La chica que esta en la barra... - me saqué la empanada de la boca y tragué -. Se llama Juli y su sueño es conocer el Glaciar Perito Moreno -.

Hizo una pausa mientras todos me miraban. Yo sonreí y saludé con la mano tímidamente. Seba continuó:

- Juli es de Buenos Aires y llego hasta acá ¡A dedo! Así la conocimos nosotros.

- ¡Wow! - soltaron al unísono los invitados

- ¿Quiénes son de Calafate acá? - Seba buscaba aliados en la multitud.

Un grupo de unas 10 personas sentados en la misma mesa levantaron las manos y gritaron

- ¡Acá! ¡Acá!, ¡Nosotros! -

- Si les queda algún lugar y quieren arreglar con nuestra amiga Juli la pueden ayudar a cumplir su sueño - los incitó

Las 10 personas se me acercaron. Nos pasamos números de teléfono y coordinamos para viajar juntos a las 9am del día siguiente. Me harían un lugar en su combi. Estaban emocionados con mi historias. Les encantaba ser parte.

Cuando el show finalizó los chicos se sentaron a comer. Seguimos un rato más charlando y bailando con los invitados. La fiesta terminó y nos fuimos. Me llevaron al departamento de mi couch, Hernán. Cuando llegamos a la puerta me comencé a despedir. Me interrumpieron.

- Queremos conocerlo y saludarlo, saber con quien te quedas... -

Esperaron en la vereda a que Hernán baje del primer piso donde quedaba su departamento. Se dieron la mano. Se presentaron como mis amigos y me dijeron 'cualquier cosa nos llamas', antes de subir al auto a seguir su camino. Aunque no me sentía insegura su gesto me pareció de lo más dulce.

Hernán notó mi cansancio. Luego de charlar un ratito me indicó donde estaba mi habitación. Dijo que se dormía tarde pero que yo descanse tranquila. Eso hice.

Al día siguiente me levante con un mensaje que decía:

- 'Disculpa. Tuvimos que salir más temprano. Ya nos fuimos.'

Seguido de dos llamadas perdidas.

Mientras desayunábamos le conté la situación a Hernán. Se propuso amablemente a llevarme a una estación de servicio que quedaba sobre la ruta. Me indicó que allí cargaban nafta todos los que iban a El Calafate. Era la ruta entre esta ciudad y Rio Gallegos. Me despedí de Hernán. Luego de algunos rebotes di a parar con una pareja joven y dos niños. Les comenté a donde iba y me dijeron que ellos me podrían dejar en la entrada de Rio Gallegos. En ese lugar está gendarmería pidiendo documentos a quienes ingresan. Se acercaba a mi destino así que acepté.


Tragándome los prejuicios.

Otra vez gendarmes. Bajé del auto pocos metros del retén. Comencé a acercarme a los autos que esperaban a ser registrados. Pregunté a dos o tres si iban a El Calafate. Tras varias negativas escuché:

- Señorita ¿Qué hace?, venga. -

Al darme vuelta divise un gendarme con cara de pocos amigos. Me las vi mal pero mantuve la calma. Me indicó que debía ir a la oficina a registrarme. Dos de ellos estaban dentro. Les comenté qué hacía ahí y mi modalidad de viaje. Al principio me miraron con cara rara. Después, con el truco de tratarlos excesivamente formal, aflojaron. Pregunté si podía continuar buscando quién me lleve. Su respuesta me sorprendió. Dijeron que no, que ellos se ocuparían de conseguirme con quien viajar. Me quedé unos minutos parada al lado de la oficina viéndolos trabajar. En un momento uno de los gendarme me llama por mi nombre. Me indica que viajaría en un micro de larga distancia que estaba estacionado a pocos metros. Le repetí que estaba viajando a dedo. Le explique que no podía costear un micro. Me dijo que no lo tenía que pagar. No lo podía creer. Agradecí al gendarme el gesto. Me subí al micro saludando a los choferes. Al entrar uno de ellos me indicó:

- 'Sentate donde quieras piba' -.

Subí al piso de arriba. Estaba vacío. Me acomodé en un asiento que se hacía cama. Puse mis cosas al lado mío. Fue un viaje corto y confortable. Otro regalo de la ruta. Otro motivo para no juzgar a las personas.


Dos por uno en sueños cumplidos.

En la entrada al Calafate había un gran cartel que decía:

- 'Bienvenida a tu tierra, Cristina"

Esa misma tarde hablaría Cristina Kirchner, la actual vice-presidenta de la Nación Argentina. El acto ocurriría durante la inauguración del polideportivo. Presentaba su libro 'Sinceramente'. En ese momento entendí que el destino es el mejor guía.

Llegué a la casa de Mónica. Una couch que había contactado. Vivía sola. Mónica es dulce, cordial y cálida. Tiene una forma especial de contar su historia. Ha sufrido mucho por el maltrato de su ex pareja. El padre de su hija. Una hija que entonces le era indiferente. Estaban peleadas por una banalidad. Ella aún continuaba viendo a su nieta. Sin embargo me expresaba el dolor que le causaba no entenderse con su propia hija. Después de haber sufrido tanto continuaba padeciendo. Eso no impedía que sea una gran compañía. Me hizo sentir a gusto desde el primer momento. Charlamos un largo rato en el sillón de su living. Intercambiando nuestras historias. Compartiendo sabiduría. Aflojando el corazón. Le comenté que iría a dar una vuelta por la ciudad. Me preguntó tímidamente si sabía que estaba Cristina. Le dije que si. Que tenía intenciones de ir a verla. A lo que respondió:

- ¡Uf! Menos mal. Con esta división absurda es incómodo preguntar. Me alegra que estemos del mismo lado. - Ambas sonreímos.

Caminé algunas horas por El Calafate. Sorprendida por el clima cálido y sin viento. Di la típica vuelta a la Laguna Nimez y me adentré a un bosque. Antes de que caiga la tarde me propuse volver al centro. Debía ubicar el polideportivo. Me di cuenta que estaba lejos cuando tuve algo de señal de internet en el celular. Salí del bosque a un barrio de casas quinta. Todas con arreglos de madera. Parques con flores. Una calma difícil de explicar me invadió. Al cruzar la calle me topé con una gran plaza arbolada. Asumo que sería toda una manzana. Algunos juegos. Un árbol de inmensas raíces en el centro. Debajo del mismo un grupo de mujeres. Tenían vinchas y remeras de Cristina. Charlaban entre risas y me acerqué. Les pregunté donde quedaba el polideportivo. Les dije que venía de Buenos Aires. Precisaba indicaciones para llegar a pie.

- ¿Tenes idea donde estas? - Soltó la mayor de las mujeres, de pelo rojo y expresión divertida.

- En El Calafate... - Contesté entre pausas tímidamente.

Rieron al unísono.

- ¿Ves esa casa de la esquina?, la que tiene portón de madera... Justo ahí - Me indicó la misma mujer.

Ante mi afirmativa continuó:

- ¡Es la casa de Cristina! Pronto va a salir hacia el polideportivo. Vamos a saludarla para luego ir tras ella... -

Asumo que pudieron ver como mi cara se iluminaba. Me invadió una emoción intensa. Saber que estaba tan cerca de una de las mujeres que más admiro. Al expresar mi alegría me invitaron a quedarme con ellas. Luego me llevarían. Estaban en dos autos.

Minutos antes de que salga Cristina la esquina de su casa se empezó a llenar de gente. Todos parecían igual de ansiosos. Cada uno que iba llegando saludaba a los que estábamos. Había niños, adultos y ancianos. Todos sonreímos cuando la vimos asomarse por la puerta de entrada. Empezaron los gritos para mostrarle que ahí estábamos, apoyándola. La esperaban su auto y sus seguridad. Unos 50 metros nos distanciaban. Nosotros permanecíamos en la vereda. Las mujeres se desilusionaron. Sabían que con tanta gente ella no bajaría a saludar. Como ya había hecho en otra oportunidad. Sin embargo, no perdían la esperanza de abrazarla cuando termine su presentación. Los hombres de seguridad salieron al portón de la casa. Nos indicaron que debíamos estar del lado de la vereda de enfrente. El auto saldría. Mi corazón latía fuerte cuando lo vi acercarse. Cuando el auto cruzó el portón de entrada se detuvo en la vereda. Cristina bajó la ventanilla del asiento trasero donde se encontraba. Nos saludó enérgicamente agitando su mano.

- Gracias, gracias.. nos vemos allá. - Indicó sonriendo.

Tiene esa habilidad para hablar con muchas personas y hacerte sentir que te habla directamente. Corrimos a los autos y continuamos en caravana tras ella.

No importa que orientación política tengas. Cristina es una dirigente política digna de escuchar. Conserva la oratoria de la vieja escuela. No lee mientras da sus discursos. Sabe de qué habla. Se nota en sus palabras horas de estudio. Trasmite seguridad. Confianza. Tiene una expresión admirable. Tiene la capacidad para hacer entender a quien la escucha temas complejos de economía, política, historia... Sabe donde hacer las pausas. Sabe cuándo enfatizar. Es innegable que nació para ocupar el lugar que ocupa. Es menester al menos una vez prestar atención a sus palabras. Todas y cada una sin el mínimo desperdicio. El sol cayó dorado ese día, las nubes rosas. Algunos días son dignos de recordar.


Glaciar Perito Moreno.

El sol brillaba intenso ese sábado. Contrate la excursión para caminar sobre el glaciar. Es realmente impactante. Pisar sobre grietas transparentes parece como pisar agua. Como en "La era del hielo" cuando los tiburones pasan por abajo. Fantaseaba con que algo así ocurría. Después temía de esa fragilidad. Prefería que el suelo donde pisaba se encuentre lo suficientemente firme. Caminas un largo rato, con mucha precaución. Dos guías te acompañan al principio y al final de la fila de turistas. Al finalizar la excursión te sirven Whisky con hielo del glaciar. No me gusta el Whisky pero había que brindar. No todos los días se camina sobre un glaciar. Ese día se desprendió mucho hielo. Recuerdo subir videos a las redes y que amigos me digan que tuve suerte. Era un día casi sin viento, como tampoco suele ocurrir. Aunque fui en primavera el clima allí es lluvioso. Suele haber nubes y mucho viento. No esa vez. El sol continuaba brillando.

Mi próxima parada fue El Chaltén. La capital del trekking argentina. Esperé en la ruta de entrada a que alguien me levantara. Freno una camioneta. Mauro tenía 35 años. Nació en la Patagonia Argentina. Me contó que estaba de encargado en un refugio de alta montaña. Su vida era una temporada en El Chaltén y otra en Suiza. Un chico del frio. Luego de esa temporada se quedaría a vivir en El Chaltén. Me sorprendió. Me confesó que le parecía más lindo que los Alpes Suizos.

- Ahora vas a entender por qué, vos mirá... -

Nos quedamos en silencio admirando el paisaje. La ruta empezó a volverse curva. A lo lejos asomaban las torres. Aun a la distancia que nos separaba su belleza me impactó. Lo mire a Mauro observarlas también. Su mueca de sonrisa. Su amor por la montaña Fritz Roy. Entendí por qué se quedaría allí. Mauro había conocido muchos lugares. Mauro había decidido volver. Como dice Krishnamurti 'por mas que uno recorra el mundo de lado a lado tendrá que regresar a si mismo'. Me despedí de Mauro. Luego de caminar toda la mañana, como el lugar propone, fui a almorzar. Una parrilla con una barra pegada a un ventanal. Me senté ahí. Una buena comida mirando a la montaña me dio energía para seguir caminando. Podrías estar un mes seguido recorriendo El Chaltén. Los senderos nunca se terminan. Aproveche el atardecer para subir a un cerro cercano. Desde allí podes ver el pueblo iluminarse lentamente. Luces tenues. Cálidas. Cóndores volando. Las torres vigilando el pueblito. Un placer visual. Un momento para respirar.


Aprender es un arte. Cuando es a través de personas y experiencias queda grabado en la piel. La gente que me crucé en la ruta me dio valiosas lecciones sin saberlo. Escuchar sobre los deseos, el pasado, la familia, los gustos e inclusive los problemas. La capacidad para encontrar la enseñanza en la historia de los demás. Aprender la empatía. Saber que hay más gente buena que mala en este mundo. Están ahí. Haciendo música, manejando un camión, cuidando a sus nietos. Si no fuese por el temor a conocernos lo sabríamos. Si no fuese por nuestros prejuicios no temeríamos.

Recorrí casi todo el sur de mi país. Lo tenía pendiente. Encontré mucho más que hermosos paisajes. Regresé a Bariloche, el lugar desde donde salí, no siendo la misma. Me saqué las ganas de saber lo que es vivir en un lugar de nieve. Descubrí que hay tantos maestros como aprendices. Me nutrí de esperanza al sentirme segura en un país donde los medios de comunicación te muestra todo el día que no debes fiarte de nadie. Me cuestione cuanto influye en nuestras decisiones el consumir tantas malas noticias día tras día. Me imaginé que habría pasado si hubiese prestado más atención a las noticias que a mi propio corazón. Me hubiese perdido de Antu, de los padres de Antu, de José y de Fede, de Pablo, de Gabriel, de Juanjo y de Seba, de Hernán, de Mónica, y de todos mis compatriotas que, como yo, saben que lo mejor de nuestra tierra es la solidaridad que nos hace compartir. Lo mucho o lo poco que tengamos, no hay balanzas, solo amor. Lo cálido del frío que desvanece los prejuicios.

 

Gracias por leerme. Me encantaría saber que pensás. No dudes en escribirme.

¡Hasta la próxima!

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